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El glaciar de Flatbreen – expedición internacional del 10 al 13 de octubre de 2010 (III)

15 Ene

El día siguiente había llegado el momento de la esperada expedición. Barajamos varios recorridos y nos decidimos por uno que cruzaba toda la lengua del glaciar y nos llevaría a uno de los picos que asomaban de vez en cuando entre el hielo. Nos pusimos en marcha, de nuevo con un sol radiante y la comida en nuestros termos (sin embargo, decidimos esta vez dejar la pasta para la cena) y después de una hora más o menos de marcha habíamos llegado a un lateral del glaciar. Esta vez habíamos andado más por tierra firme para evitar la zona más agrietada, por la que el avance es más lento, y ya estábamos en la zona central del glaciar. Queríamos aprovechar bien el día para llegar hasta donde nos lo habíamos propuesto (y regresar), así que no se trataba de encontrar el camino más emocionante ni el desafío más aventurero, sino de mantener el ritmo y concentrarse. En la parte central, cuando ya nos habíamos alejado de los bordes y parecía que nos encontrábamos en una infinita llanura helada (el sol había dejado paso a un cielo gris y a un poco de niebla que aportaba un toque misterioso y a ratos inquietante), el suelo era plano, sin montículos no hendiduras, sólo unas suaves “olas”, parecidas a diminutas dunas de hielo, daban relieve a la superficie, en la que se veían como una cenefa de medias lunas azuladas con un efecto ligeramente psicodélico.

Las dunas psicodélicas

El paisaje desde la parte central del gciar, más llana y cómoda para andar.

Cerca de los laterales, sí nos encontramos con un auténtico laberinto de gritas que se abrían a nuestros pies y entre las cuales a veces sólo había un camino de cinco centímetros de grosor por el que teníamos que pasar, y eso sin podernos agarrar a nada, ya que no había nada más arriba, y viendo a ambos lados el azul de las capas inferiores de hielo. ¡Un poco preocupante, a veces!

El laberinto de grietas del que salimos.

Llegamos efectivamente a la montaña, que se elevaba unos cien metros sobre el hielo y cuyas laderas estaban formadas por rocas sueltas con las que teníamos que tener bastante cuidado de no tirárnoslas los unos a los otros a la cabeza y matarnos. Cuando llegamos arriba, me sentí como la emperatriz de las montañas y fiordos noruegos: ¡más alto no se podía llegar! Bueno, claro que había picos más altos un poco más lejos, pero parecía que estábamos a la misma altura, que podía mirar a esos colosos de roca a los ojos como iguales, mientras a la vez me sentía increíblemente pequeña, como una minúscula bola de energía en la inmensidad del cosmos. Allí arriba decidí que en realidad el destino que me han hilado las Moiras en su rueca es el de una asceta que haría mejor en quedarse en esa montaña exactamente, construirse un refugio y alimentarse de osos polares, y que bajando de nuevo no sólo me pesaría el doble la mochila, sino que además desafiaba terriblemente a los apasionados dioses del Olimpo.

Desde la montaña a la que subimos, se podía echar un vistazo a la parte de arriba de los picos más altos, entre los cuales se veían, medio ocultos por la nieve, algunos lagos glaciares, como éste.

El mundo desde allí arriba.

Se me pasaron los pensamientos filosóficos cuando Rodrigo se quitó toda la ropa excepto los pantalones y las botas, no tanto de admiración como de sorpresa y preocupación por su salud, tanto física como mental. Pero luego entendí el gesto cuando sacó una bandera de Costa Rica de su mochila y se puso a sacarse fotos con distintos paisajes de fondo: ¡quizá era el primer tico en el glaciar de Flatbreen! Oliver y Gray, probablemente viendo puesta en duda la fuerza de sus respectivas testosteronas o la presencia de órganos reproductivos masculinos, se quitaron la camiseta también, y después Regine y yo decidimos unirnos, y lo hicimos sin testosteronas ni órganos reproductivos masculinos, demostrando de una vez por todas que Tomb Raider puede a Rambo, el tema de discusión durante la caminata.

Ya sé que nadie se hubiera fijado si no lo hubiera dicho, pero es que me mata: mi culo no se ha hinchado como una pompa de jabón desde que estoy aquí… ¡es el pantalón!

Empezó a nevar en copos cada vez más grandes y emprendimos el camino de regreso con preocupación. Por suerte, aunque nos angustió un poco, la nieve nos dejó llegar sanos y salvos a casa, donde nos refugiamos en nuestros sacos mientras el viento soplaba fuera y nos silbaba una canción de cuna un poco alternativa y no muy somnolienta.

La auténtica Flatbrehyttar

Al día siguiente ya nos tocó bajar de nuevo, después de recoger la cabaña y despedirnos de ella. Se me ha olvidado contaros que la caseta donde nos quedamos no es en realidad la original. Ésta se encuentra justo al lado y está hecha de piedra en vez de madera, porque todos los materiales que no se podían obtener del entorno los subió el alpinista que la construyó en muchos viajes a pie, por la misma ladera que a nosotros nos había costado sudor y lágrimas superar.

Con la nieve de la noche anterior, las montañas parecían un producto de repostería de nuestro German-Club.

La bajada nos costó mucho menos, pude disfrutar de las vistas, que cambiaban mucho por la increíble velocidad a la que bajábamos, y de la vegetación: un verde que ahora, en medio de nieve y hielo, echo un poco de menos. Llegamos al autobús exhaustos, emocionados, satisfechos, orgullosos y esperando con avidez llegar al campus, ducharnos media hora (lo compensamos con los cuatro días en los que exploramos nuestro lado más animal) y pasarnos cuatro días de vacaciones, té, películas y piscina en el campus. En realidad, Regine y yo nos lavamos todos los días en la charca, sin importarnos viento, nieve o hielo (fue genial, teníamos que romper la capa de hielo por las mañanas y por las noches), y hay pruebas de ello, pero han sido censuradas por el equipo de diseño e imagen de esta plataforma de publicaciones. ¡Lo siento!

Ha sido una experiencia inolvidable, una auténtica pasada. Ha sido genial salir por un tiempo de Flekke, ver algo de Noruega, mover los músculos hasta que duelen, pero con un dolor casi agradable, del que te confirma que has hecho algo, no leer ni escribir ni pensar más allá de cómo sacar pasta pegada en el fondo de un termo, estar rodeada de un paisaje maravilloso, sentirse tan aislada de una civilización a veces innecesaria y agobiante y tan unida a las rocas y al hielo, tener a mirar desde la cabaña por encima de fiordos y montañas, o ver extenderse hacia el infinito una pradera blanca que en el horizonte se funde con el cielo, hasta darte la impresión de estar en una enorme bola de cristal blanco, contar cuentos de terror con el viento aullando alrededor del refugio…

Y aquí finaliza el diario de la expedición al glaciar de Flatbreen, donde no nos defendimos de animales salvajes y hambrientos ni descubrimos ríos o lagos escondidos, ni pisamos territorio virgen por primera vez (por suerte, porque esta clase de eventos siempre me parece un poco triste), pero nos lo pasamos muy, muy bien.

El glaciar de Flatbreen – expedición internacional del 10 al 13 de octubre de 2010 (II)

15 Ene

Amanecer en cuatro imágenes y pocos segundos

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Preparación

Jan Erik probando el hielo…

… que parecía ser suficientemente seguro…

… así que nos unimos a nuestros equipos de cuerda. (Últimas dos fotos de Joakim)

Como os podéis imaginar, es noche nos fuimos a dormir con las gallinas: a las nueve de la noche ya estábamos todos en nuestros respectivos sacos de dormir, soñando con el color azul del hielo. Cuando asomamos la cabeza por la puerta a la mañana siguiente, descubrimos que hacía un tiempo maravilloso: aire fresco, pero un cielo azul y un sol radiante que nos metieron prisa con los preparativos. Después de lavarnos la cara con el agua de una charca cercana, de agua que por supuesto venía directamente del glaciar, preparar la comida (pasta con salsa de tomate, todo del sobre, claro) y un paseo de cinco minutos ya estábamos en la superficie helada del glaciar. Ese día lo dedicamos sobre todo a perfeccionar nuestras técnicas de escalada: caminar en equipo (mantener la cuerda suelta, pero lo justo para que no toque el suelo), aprender a utilizar el piolet (tanto el mango como la parte superior, de distintos usos), acostumbrarse a andar con crampones, clavando los pies en el suelo y quitarse el miedo a las grietas estrechas y profundas, de color azulado, que formaban el paisaje a nuestro alrededor.

Gris

Entrando en la niebla, nos alegrábamos de estar atados con una cuerda, que a veces parecía salir de una nube blanca y arrastrarte hacia ella.

Oda después de… ¡conseguirlo! ¡sí!

Alguien tenía que estar tomando la foto, ¿no? Pero sino, realmente podrías pensar que esto es lo único que encontraron de nosotros…

Fue el día de más adrenalina, de algunas caídas y deslizamientos, pequeños sustos, algún que otro rasguño y un poco de vértigo. Rodeamos, subimos y bajamos las grietas, pasamos por túneles, nos aseguramos los unos a los otros, bajamos cuestas de frente y en diagonal y las subimos clavando en el hielo no sólo el piolet sino casi hasta los dientes. Acabamos la jornada bajando del glaciar en colgados de una cuerda por una pared no muy alta antes de emprender el camino de regreso a Flatbrehyttar y a nuestros sacos de dormir.

Azul

El túnel

Regine, encontrado la salida. (Foto de Joakim)

Sin embargo, un evento que sin duda será recordado fue cuando nos sentamos a comer y al abrir los termos con hambre animal, vimos que toda la pasta se había quedado pegada al fondo, fuera del alcance de nuestro ávido cucute (cuchillo, cuchara y tenedor, todo en uno). Por mucho que pusiéramos el termo boca abajo, lo golpeáramos contra el hielo con frustración o aulláramos como cazadores neandertales a los que se les acaba de escapar un sabroso mamut, aquello no salía. Así que al final, empujados por nuestro instinto de supervivencia, haciendo de tripas corazón y divirtiéndonos como niños, cogimos los piolets, cuyos mangos cabían justo por la abertura del termo, y los usamos como una especie de pinchos con los que sacamos a la luz los ansiados hidratos de carbono, haciendo un ruido muy asqueroso, por cierto. Un ejemplo perfecto de varias mentes jóvenes, inquisitivas, inventivas, creativas y activas uniéndose para solucionar un problema de importancia mundial con resultados geniales y extremadamente prácticos.

Blanco

Avanzando por el hielo

El famoso acontecimiento de los piolets y los termos (Regine, Rodrigo y Oliver).

Regine disfrutando del sol de la tarde.

Esa noche el cielo fue una pasada. Las estrellas se veían tan claras y cercanas que el cielo realmente parecía una bóveda de cristal casi al alcance de la mano, estrellas fugaces incluidas. Incluso nos pareció ver una aurora boreal, un resplandor blanquecino en el firmamento que parecía agitarse en largas ondulaciones. En el campus, en Flekke, por lo visto se vieron mucho más claras, verdes y brillantes, en nuestra montaña parecían más un extraño reflejo causado por el hielo del glaciar u otro fenómeno inexplicable para personas normales.

La bajada

Una persona muy abrigada y por lo tanto irreconocible (¿Meta?) y Gray rapelando por la pared del glaciar.

El glaciar de Flatbreen – expedición internacional del 10 al 13 de octubre de 2010 (I)

14 Ene

El principio

Permanece clara y nítida en mi memoria esa mañana de octubre en la que el sol y la niebla que cubría el campus daba un toque épico a nuestra partida. Todavía recuerdo a la perfección la sensación de aventura y desafío que nos invadió a todos cuando subimos al pequeño autobús que nos llevaría al pie de las montañas que tendríamos que escalar: Oda (Noruega), Oliver (Dinamarca), Regina (Groenlandia), Gray y Sophie (Estados Unidos), Rodrigo (Costa Rica), yo y nuestros dos guías, Joakim y Jan Erik, estábamos preparados para la expedición. Después de preparar algunos bocadillos de queso y jamón york en la kantina, llenar nuestras mochilas de 70 o más litros de capacidad hasta los bordes con equipo, ropa interior térmica y comida concentrada (casi como astronautas), despertar al expedicionista más dormilón (que, curiosamente, no fui yo), estábamos listos: ¡el glaciar de Flatbreen nos esperaba!

El equipo (Foto: Rodrigo)

Poco a poco fuimos dejando atrás la civilización: la megalópolis de Flekke, la metrópolis de Dale, la ciudad de Forde, y la gasolinera en la que paramos y donde Gray y yo entramos en el supermercado para observar durante diez minutos una pizza congelada del tamaño de una rueda de tractor, para absorberlo en nuestras mentes y ser capaces de aguantar cuatro días aislados de semejantes placeres (hablo del placer de observar una pizza, porque lo que es comer una, no lo he hecho en meses).

Gray y Rodrigo, metidos en el papel de Rambo y acalorados tras la primera etapa de la subida.

La siguiente parada ya era nuestro destino final, o por lo menos el destino final al que podía llevarnos nuestro conductor Bjarte Morten: nos dejó al pie de la montaña detrás de la cual se encontraba el glaciar, una montaña que escalaríamos por el valle que dejó el torrente que se produjo cuando un lago glaciar rompió su morrena y casi se llevó por delante las granjas a las orillas del fiordo. Ganaríamos alrededor de mil metros de altitud en sólo 2.5 kilómetros, cada uno con una mochila de tamaño y peso similar al nuestro (o eso parecía). Rápido calculamos que cada tres pasos significarían un metro de ascenso y nos miramos un poco asustados, sobre todo yo, que era la más pequeña y ligera de la expedición (en ese aspecto soy difícil de batir).

Sophie y Oda, comprobando que esa era la montaña correcta y no tendríamos que bajar todo otra vez para subir por la ladera de enfrente. (Foto: Joakim)

Mientras Meta se enzarzaba en una lucha encarnizada con los últimos arándanos que quedaban arriba. Aunque más que arándanos, eran pequeñas porciones de helado de arándanos. ¡Crujían entre los dientes!

«Which way?»

«Up!»

(Foto: Joakim)

El ascenso fue, efectivamente, extenuante. Había momentos en los que pensaba que ya no podía dar ni un paso más y andaba utilizando toda mi concentración y fuerza de voluntad para poner un pie delante del otro y no desesperarme. Parecía una montaña interminable, sin cima, la mochila pesaba cada vez más y los músculos me dolían con cada paso. Creo que fue el esfuerzo físico más grande que he hecho en mi vida y realmente pensé en rendirme varias veces durante el camino, o por lo menos echarme a llorar. Sin embargo, fue una sensación maravillosa llegar a la cima, donde nos esperaba Flatbrehytta, la preciosa cabaña roja que sería nuestro refugio en las siguientes tres noches, con el viento soplándote en la cara, exhausta, pero contenta e increíblemente orgullosa de tí misma. Nos sentamos en los escalones delante de la cabaña, disfrutando del impresionante paisaje, las montañas a nuestro alrededor, sólo un poco más altas que nosotros mismos, y abajo del todo el fiordo y nuestro el punto de partida y el pequeño camino que con curvas y saltos subía hasta nuestros pies; y nos tomamos el melocotón en almíbar que Oliver había traído hasta allí arriba, y que era la cosa más dulce y sabrosa que había comido nunca jamás.

Flatbrehyttar

Estábamos tan cansados que ya todo nos parecía bien. Para caminar por el glaciar nos dividiríamos en dos equipos de cuerda, en los que nos ataríamos los unos a los otros para que las caídas a las profundidades abismales no fueran definitivas, o para que si se cayera uno, ya nos cayéramos todos y asunto concluido. El caso es que antes de entrar en la cabaña hicimos una prueba para ver cómo funcionaba, cómo usar casco, crampones, piolets (los picos para el hielo), cuerdas, mosquetones y demás equipo. Una vez terminamos, entramos a preparar la cena. La cabaña era encantadora por dentro. Tenía dos habitaciones: una cocina-comedor-salón y el dormitorio. En la primera había una estufa, dos mesas alargadas con bancos, vajilla, fotos de otras expediciones y dos libros de firmas en los que encontré historias, firmas, dibujos, anécdotas y relatos de visitantes de todo el mundo, muchos de ellos de España y Alemania, lo que me hizo mucha ilusión. El dormitorio tenía aproximadamente ocho metros cuadrados, seis literas y dieciocho camas. Vamos, que dormimos juntos como una piña, y frío no pasamos.

Para ir al baño teníamos que bajar una cuesta entre rocas, cruzar un puente sobre un arroyo de aguas heladas y cristalinas y subir un montecito hasta llegar a una caseta, que estaba anclada a una roca en la cima, muy pequeña comparada con las montañas que la rodeaban y con la apariencia de estar a punto de echar a volar con la siguiente ráfaga de viento. Toda una aventura para echar un pis, pero eso sí, en un marco incomparable. Tenías la sensación de estar sentada en un trono, esta vez literalmente, en la punta del mundo.

crampons on the soles of her shoes

9 Oct

«People say she’s crazy
She got diamonds on the soles of her shoes,
Well that’s one way to lose these
Walking blues,
Diamonds on the soles of her shoes»

Diamonds on the soles of her shoes – Paul Simon

En vez de llevar diamantes en las suelas de mis zapatos, como la chica en la canción de Paul Simon, yo llevo algo más apropiado: crampones. El miércoles tuvimos el encuentro con Joakim y Jan Erik, que son del Departamento de Actividades al aire libre y nuestros monitores durante la excursión al glaciar.

Los crampones nos han hecho mucha ilusión, igual que los sacos de dormir, los guantes, bufandas y la ropa térmica que hemos recibido, y que probablemente será innecesaria en el glaciar. Cuando preguntamos, ya asustados, por la temperatura, nos dijeron que como mucho tendríamos algunos grados bajo cero por la noche, y eso no es taaaaanto. Vamos, que para ser vikingos estamos un poco delicados. Nos iremos el lunes por la mañana y volveremos el jueves. Para dormir, usaremos una cabaña en algún lugar remoto del glaciar, y el plan es hacer excursiones de un día a diferentes zonas. Como os podréis imaginar, la cabaña no tiene agua caliente, electricidad ni duchas, así que poco a poco nos cubriremos de una capa de suciedad que nos aislará del frío todavía más. ¡Tengo unas ganas tremendas! En el grupo están Meta, de Alemania, Grey y Sophie, de Estados Unidos, Oliver, de Dinamarca, Rodrigo, de Costa Rica, y Oda y Regina, dos segundos-años de Noruega y Groenlandia, respectivamente. Curiosamente, tienen más experiencia con glaciares los estadounidenses y el danés que los nórdicos… Es un grupo muy agradable, y ¡espero seguir pensando lo mismo después de cuatro días de convivencia en aislamiento y ausencia de jabón!

Así que nada, entre muchas otras cosas, este fin de semana iré llenando poco a poco mi mochilón, que tiene pinta de ser más grande que yo. ¡Haré muchas fotos del maravilloso glaciar de Jostedalsbreen y de nosotros, armados y protegidos hasta los dientes, con tres bufandas y un piolet o «hachas de hielo»!

Como podéis ver en las fotos de la hormiga mutante asesina de hierro / crampones, es viernes, y por lo tanto he tenido boatbuilding y por lo tanto ha hecho buen tiempo. Yo ya lo he convertido en una cadena de causas y consecuencias lógica, no ha fallado ni una vez todavía. El único viernes que llovió a cántaros fue cuando tuve el curso de canoa y no fui al taller de construcción de barcos. Pero por muy optimista que sea, no creo que dure todo el año, de momento lo disfruto a tope. Hoy nos ha tocado limpiar el taller, lo quieren tener como los chorros de oro para el proyecto de construcción de barcos de la PBL (la semana de proyectos). Sin embargo, no me ha molestado: me he sentido como un aprendiz en toda regla que antes de aprender las técnicas del maestro, tiene que hacer un poco de trabajo sucio. Además, Ove y Holger, un segundo constructor muy simpático que ha venido por unos días, me han dejado oler la brea, el líquido impermeabilizante, y que por el olor podría ser un sirope muy apetecible, para comérselo a cucharadas en un momento de debilidad. También he probado la técnica del «klinken» (no tengo ni idea de cómo se escribe), con la que se pegan dos trozos de madera y que consiste en dar golpes a un clavo que une los dos trozos sosteniendo un segundo martillo al otro lado del tornillo, y se llama así por el sonido tan curioso que se produce, parecido a campanas.

En otros aspectos ha sido un poco distinto: World Today se ha movido al sábado, porque en el salón de actos tuvo lugar el concierto inauguracional de un proyecto en el que cooperarán el Colegio y Haugland, el centro de rehabilitación vecino, y que consiste en el trabajo con jóvenes que se están recuperando de un cáncer. No sé más detalles, pero nos han comentado que nosotros tendremos la oportunidad de hablar con los participantes, y la verdad es que me parece una propuesta muy interesante. Quiero decir, que nosotros somos un puñado de jóvenes a los que les ha sonreido la Fortuna, y hablaremos con personas que no han tenido tanta suerte. Una forma de romper la burbuja de Flekke.

También ha sido interesante el concierto, en el que se alternaron canciones en noruego, blues en inglés y fragmentos leídos de una historia sobre el cáncer y de los sentimientos que provoca. Lo mejor fue que lo del texto lo saqué yo solita. ¡Ahí están los estudiantes de noruego!

Algunas imágenes de la película

Misma canción, una escena de la película

Sí tuvimos nuestra película semanal: Across the Universe, un musical de la directora Julie Taymor, por cierto directora también de Frida, que utiliza versiones de canciones de los Beatles para una historia de amor y sobre las reacciones ante la guerra de Vietnam.

No es que me haya empujado a ponerme en pie y brindarle una ovación cerrada al acabar, pero no ha estado mal. El argumento no tenía especial importancia, era más una excusa para las canciones y la ambientación de la historia, pero me gustaron algunas escenas psicodélicas, que mezclan el collage de imágenes con la realidad, y fue divertido cantar con Grey todas las canciones. Si no fuera por eso, diría «Let the Beatles be the Beatles», pero siento desconfianza hacia las versiones-moderna- de-canciones-famosas-con-el-propósito-de-vender en general.

Come together – The Beatles

Por cierto, tengo que ver Harvey. La proyectamos en un Encuentro de Germanoparlanes (que en inglés suena mucho mejor) y para mi gran vergüenza, me dormí. Por favor, por favor no se lo digáis a nadie. Con la buena pinta que tiene la película: una comedia de enredos antigua con James Stewart, que interpreta a un señor que tiene como amigo secreto a un conejo blanco de dos metros de alto. Una de esas películas en las que puedes reirte y pensar a la vez. Este fin de semana recuperaré lo que me he perdido.

Mi cama desde ayer es de dosel, con una preciosa tela de flores, un poco retro y kitsch tendida debajo del techo.

Aparte de Harvey tengo más películas para ver, porque… ¡Me ha llegado otro paquete de casa! Esta vez los puentetomapeople se han superado a sí mismos: en el paquete había de todo, en su justa medida y pensado para mí con mucho, mucho cariño: un vestido de Pippi Calzaslargas, lana  y agujas para continuar haciendo punto, chocolate, una magnífica caja de té, con una selección cuidadosa de los mejores tés, ropa de invierno, un precioso fular de flores, material para el colegio, películas, chichetas para decorar mi esquina (por fin me siento como si estuviera en MI esquina) y cortinas para la cama, cortinas preciosas con las que puedo no sólo contar ovejas cuando no pueda dormir, como «leer» ovejas, porque algunas de ellas llevan mensajes escritos en el lomo. A pesar de que antes de irme había dicho que no, que no me hacen falta tantos paquetes, que recibir comida española o sobretodo «acostumbrada» es sólo un capricho, he descubierto que no soy distinta al resto de los mortales y que me encanta que me lleguen estos paquetes. He estado en una nube de alegría durante dos días…

Los leones vigilan que no haga el tonto en vez de estudiar. Lo malo es que a menudo cierran los ojos.

A parte de llenar mi mochila, estos dos días voy a tener mi primera «experiencia SAFUGE». SAFUGE es un grupo que recolecta dinero para llevar a cabo distintos proyectos especializados en niños de países pobres: la rehabilitación de un orfanato, dar dinero a una escuela… Y el dinero lo recolecta con cafés u otro tipo de trabajos. Dado que mucha gente aquí vive del campo, uno de los trabajos más abundantes es la limpieza de granjas, graneros, establos, poner vallas, pintar casas… El sábado y el domingo haremos de lo primero, y todo el mundo parece sentirse como si estuvieran asumiendo un trabajo extremadamente dfícil, duro y asqueroso, pero yo no lo veo tan mal. Quiero decir, que hasta la mierda se puede dividir en los mismos átomos de los que estamos hechos nosotros… Menos mal que no nos va a llevar todo el día. También haré fotos.

No creo que os interesen las fotos de mis horas sentadas en mi escritorio, ¿no? Tengo un montón de lectura. Para Español, Hamlet (del bloque de Literatura Universal) y Don Juan Tenorio (que ya me he leído y me hace mucha ilusión) y para Inglés, El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon, que también he leído y me encantó.

Otra actividad planeada es dormir, pero sólo si tengo un hueco en la agenda, porque parece imposible encontrarlo. Voy a dejaros para dedicarme a esto, ¿vale? Que sepáis que desde hace algunas semanas uso dos agendas, un cuaderno de ideas abstractas, una lista de las cosas para hacer y un calendario virtual. En fin. Exageraré, pero por lo menos no me pierdo en la inmensidad del cosmos .

Buenas noches y un beso desde Flekke.

¡que le corten…

30 Sep

… el pelo!

Pues sí, me he cortado el pelo muy, muy corto otra vez. Entre que aquí no hay peluquería a la vista o al alcance del bolsillo, ni nadie que sepa cortar el pelo a una longitud medio-larga y que mi pelo cada vez estaba más largo y soso y no me gustaba… Pues nada, problema arreglado. He tenido mi entrada triunfante en la kantina a la hora de cenar, con los labios pintados de rojo y una vaca en una oreja y un trabajador en huelga en la otra, para sacarle partido al efecto sorpresa. El cambio ha suscitado reacciones muy diversas, desde el entusiasmo de las chicas nórdicas hasta la cara de espanto de mi compañera de habitación de Zimbabwe, que viene de un entorno muy conservador (en su colegio, los viernes tenían que llevar tacones todo el día para aprender a comportarse como una dama, para los futuros trabajos), pasando por comentarios de admiración de algunos chicos, que me han sentado bastante bien. Karolina ha sido la artista, y me ha gustado mucho cómo le ha quedado, aunque ha necesitado un tiempo de mentalización y ánimos por mi parte para atreverse a meter la tijera y cortarme toda esa cantidad de pelo. Estábamos las dos bastante aterrorizadas ante posibles fracasos, hasta que cogí la tijera y simplemente me corté un mechón de pelo. Entonces había que igualarlo todo, y no quedaba más remedio que cortar. Me siento muy fresquita y contenta.

Brenibba, el punto más alto del glaciar de Jostedalsbreen

También estoy feliz porque he entrado en el proyecto de acampada en el glaciar de Jostedalsbreen para la semana de proyectos. Ya he encontrado una mochila de 70 litros que tengo que llevar y ya sé quiénes van a ser mis compañeros de aventura. Meta, mi coaño alemana, entre otros, se viene conmigo. El glaciar de Jostedalsbreen es el más grande del continente Europeo. Si miráis en GoogleMaps, no está demasiado lejos de Flekke. El punto más alto está a unos dos mil metros. Allí voy a estar especialmente fresquita…

Uno de los brazos del glaciar, que desemboca en el glaciar de Nigardsbreen.

Además de ir a un glaciar, me hace ilusión salir por unos días de la burbuja de Flekke, que puede resultar agobiante muchas veces, y entrar en un grupo de gente escogida más o menos al azar, que parece muy interesante. A ver si el frío y el blanco me aclara la mente e ilumina la parte matemática del cerebro, porque este último exámen no me ha salido especialmente bien. No le ha salido bien a nadie, creo, porque el profesor nos ha escrito anunciando tutorías especiales sobre el exámen, así que…

De todas formas, aquí nos estamos aclimatando. Se acabó el veranito y la tontería, ahora tenemos una escarcha premonitoria por las mañanas y los cero grados nos despiertan con sonrisa perversa. En fin, todos hemos venido aquí sabiendo más o menos en qué nos metíamos, no nos vamos a sorprender ahora…

Hablando de otra cosa completamente diferente: hoy me he dado cuenta, sin un motivo especial, como una iluminación, que lo de venir con el ego subido y verse aquí en otra escala es un problema, tal y como ya nos habían avisado. Especialmente porque las comparaciones no sólo se hacen en clase, sino todo el tiempo: en la vida privada, en las casas, en las actividades… Aunque tengo la sensación que yo lo llevo bastante bien. No pienso tanto en saber hacer algo especial de antes, prefiero ser la benjamina y concentrarme en aprender, sólo tengo a veces la sensación que estoy admirando continuamente a la gente y yo no he aprovechado el tiempo tan bien como otros. Lo que es una tontería, porque ahí está el viaje a China, mis cinco años en la Cuarta Pared, los festivales de cine y teatro en Aguilar, la escalada, el piragüismo, nuestros picknicks, mis cuentos, las vacaciones en Alemania… Sólo que parece, no sé, menos, comparado con gente que ha viajado por todo el mundo, que habla cinco idiomas porque ha tenido una infancia muy aventurera y exótica, que le ha dado la mano a Obama, que ha fundado una revista literaria para niños, que se entera en matemáticas, que ha leído todos y cada uno de los libros mencionados en clase de Español, que es un orador espectacular, que tiene padres rockeros y ha vivido estas fiestas extremas que aparecen en las roadmovies sobre el rock de los 60 o 70, las bandas, las groupies y el movimiento hippie, que está de humor «sociable» todo el tiempo, que tiene su propia empresa, que ha recaudado no-sé-cuántos miles de coronas en un proyecto de ayuda social, que tiene a todos los habitantes de Flekke del sexo opuesto detrás de sí… Precisamente por la necesidad de destacar en un sitio en el que difícilmente una persona destaca como no sea en una cosa muy concreta, los méritos maravillosos de la gente llegan de repente, casi recitados de memoria, en vez de venir poco a poco. Luego todo es la mitad de lo que parece, me refiero a que al fin y al cabo, ¡en el fondo somos gente normá!

Menos mal que tengo la relativización de Juanjo y nuestros blogs. La primera me pone los pensamientos en orden, porque al fin y al cabo, todavía tengo un poco de tiempo para hacer algunas de esas cosas, y si se le ha dado la mano a Obama qué, porque tampoco es que sea un segundo rey Midaso algo parecido. Si pudiera elegir a alguien a quien darle la mano, no creo que sería a Obama. Y en serio, caer en la red de amoríos del Colegio es algo que evitaré a toda costa. Si ya desde fuera parece completamente descabellado, exagerado y un poco absurdo desde fuera…

Vamos, que todo, es nada.

En los blogs, tanto en el de Andrea como en el mío, puedo ver las fotos de lo que se cocía y se sigue cociendo sin mí en Puentetoma y alrededores, y cuando se lee desde Flekke, no está nada mal.

Está bien darse un tiempo al día dedicado a poner las cosas en su sitio, mentalmente, claro. De momento creo que me las apaño bien. Os dejo y me voy a la cama, a soñar con glaciares, mochilas más grandes que yo y tijeras para cortar el pelo. Por cierto, ¿sabíais que en Noruega, en invierno, si usas gomina o sales con el pelo mojado, puede venir alguien y quebrártelo como si fueran ramitas secas? Claro que conmigo, difícil.

P.D.: Los segundos-años están con las ferias de universidades ahora, y mis coaños ya parecen tenerlo todo claro. Algunos incluso ya están estudiando para los SATs, los exámenes que piden algunas universidades estadounidenses. Yo en un año no me veo en entrevistas, rellenando formularios y escribiendo descripciones de mi carácter. No sé ni cómo es una universidad, ni qué quiero estudiar, ni cómo se supone que voy a elegir la universidad a la que quiero ir. Tal y como actúa todo el mundo, parece que debería empezar a preocuparme… ¡Pero si sólo tengo dieciséis años! ¡¿Y yo qué se?!