Uno de los motivos por los que os he tenido tan abandonados estas últimas semanas, a la merced de la desinformación y quizá pensando que había muerto de frío, que no había conseguido sobrevivir los 14 ºC bajo cero que tenemos aquí en las horas más calurosas del día, han sido las celebraciones navideñas, que hemos explotado al máximo, en parte como excusa para alejarnos de los libros en nuestras útimas semanas de clase.
Nuestro German-Club: a los lados nuestras alemanas auténticas, Meta (izquierda) y Angelika (derecha), en el centro los añadidos: nuestro sueco rubio-casi-blanco Axel, Ben, de Croacia, yo y Rosana, de Palestina. Todos con nuestras mejores galas en la cena de Navidad.
Sobre todo el German- Club ha destacado, tanto por el despliegue de acciones navideñas como la productividad de las mismas: aprovechando que Maret, la mujer de uno de nuestros profesores de Matemáticas, es alemana y pone a nuestra disposición su casa, hicimos varias sesiones de repostería, cuyo resultado final fue una magnífica casa de galleta, como la que tenía la bruja en el cuento de Hänsel y Gretel, decorada con ladrillos de nueces, tejas de almendras, ventanas de glaseado, florecillas de azúcar y habitantes de gominola. Aunque luego quedó tan bonita que nos dio pena comerla, seguimos la tradición noruega y Angelika blandió con valor el martillo y la destruyó de un solo golpe, lo que nos permitió disfrutarla sin remordimientos. Desde luego, me quedo con la pareja que Meta colocó al lado de la puerta, ataviados con la vestimenta típica bávara. La comida hecha arte.
Proceso de construcción en dos pasos documentados
Decoración masiva de paredes y tejados, imposible sin el material de construcción que trajo Meta desde Alemania: bolitas de colores, tubos de glaseado para escribir, almendras, nueces, gominolas…
Maret y Angelika se ocuparon del delicado proceso de pegado con ayuda de un cemento muy dulce y un sofisticado sistema de sujeción.
Resultado final
Los hombres de gominola vestidos con trajes bávaros de Meta, los habitantes perfectos para nuestra casita.
Angelika y yo, no contentas con esto, usamos la receta y los ingredientes enviados desde casa para intentar reproducir las famosas a la par que deliciosas galletas de chocolate y licor de Andrea, algo que, además de amasar, desmenuzar y mezclar, implicó ir a casa de Mariano, un profesor de español argentino que es el responsable de la casa en la que vive Angelika, para preguntarle (descaradamente) por alcohol. Una de las desventajas de vivir en un campus sin alcohol es encontrarse con las manos en la masa (literalmente) y sin el chorrito de licor necesario. Menos mal que Mariano tiene sentido del humor, aunque sólo pudo darnos aroma de ron, que usamos generosamente («total, no es alcohol de verdad…») lo que proporcionó a las galletas un sabor un poco más fuerte de lo deseado…
El calendario de adviento
Además de nuestra actividad pastelera, nos hicimos un calendario de adviento, una cuerda tendida de una punta a la otra de mi esquina (tuve la suerte de ser elegida como «guardiana» por la comodidad de mi habitación y el elevado número de germano-parlantes en nuestra casa) y que con el peso de todos los saquitos se bajaba cada vez más y me rozaba la coronilla cuando estaba sentada al escritorio, haciéndome compañía. Cada uno recibimos un regalo de cada uno de los demás, y aunque acabamos abriendo nuestros paquetes antes de tiempo como los niños curiosos a los que Papá Noel no les trae nada, fue muy divertido. Así que nos animamos y le hicimos uno a Maret, que le gustó mucho.
Maret, feliz poseedora de un auténtico calendario de adviento UWC. Más variado, imposible.
La aportación nórdica a las celebraciones fue una preciosa procesión en la mañana de unos de los primeros días de diciembre: en los países escandinavos es muy importante el día de Santa Lucía, en el que las chicas se visten de blanco y se elige a una, que encabeza la marcha llevando una corona de velas, mientras cantan canciones navideñas y reparten dulces. La verdad es que quedó muy bien, y el parecido de los chicos, que llevaban capirotes blancos, a miembros del Ku Klux Klan, sólo la vieron los ojos más malintencionados.
Noruegos, suecos, fineses, daneses y… gente de Groenlandia haciendo crujir el hielo que cubre los caminos del campus
Los últimos días los dedicamos a los eventos más «oficiales». La cena de Navidad, seguida por el Christmas Show, es decir, el Chow Navideño, y el café organizado por Safuge, para el cual estuve una mañana haciendo galletas como una loca con algunas otras chicas (ni un chico a la vista, prefirieron montar las mesas) en casa de María Teresa, mi profesora de español y responsable de grupo de Safuge. El café acompañó a un karaoke de villancicos, que por suerte no cayó en lo cutre, porque tuvimos música en directo ofrecida por nuestra querida agrupación de cuerda. Fue bastante divertido, porque a la hora de cantar Noche de Paz en distintos idiomas, encadené un dúo con Angelika en alemán (que creo que estropeé un poco con mi incapacidad de llegar a las notas altas) con un «veinteto» con los latinos, en el que cada uno cantaba una versión un poco distinta partiéndose de risa.
Bocadillo de pan italiano y tortilla española, una combinación irresistible. A mis dos veras, mis coaños Claudia y Marco.
La cena de Navidad sí que fue digna de ver. Vaya despliegue de trajes, corbatas, tacones más o menos altos, maquillaje más o menos brillante, pintalabios más o menos intenso, vestidos más o menos largos, con más o menos lazos, piedras incrustadas y capas de seda. Incluso yo me dejé llevar por el torbellino de preparaciones, aunque me autolimité a una hora y aparecí con un vestido con un impreso de Pippi Calzaslargas casi a tamaño natural en la parte delantera, que provocó el entusiasmo de algunos nórdicos muy orgullosos de su personaje. El caso es que por algo nos habíamos puesto nuestras mejores galas: la kantina parecía sufrir el embiste de una terrible tormenta eléctrica, que resultaron ser los flashes de cien cámaras disparando varias veces por minuto. Entre foto y foto, tuvimos tiempo para probar un poco de la «típica cena navideña noruega» que nos prepararon nuestros cocineros y que, por una vez, recibieron reconocimiento por su trabajo. Para mí, lo mejor fue la lombarda.
Del «chow navideño», me quedo con esta reinterpretación del Haka, el baile neozelandés al que nuestro segundo año Motaz ha dado mucho bombo en el colegio. Delante Jana, disfrazada de jugadora de rugby y dejándose el alma, detrás las bellezas rubias en un Haka bastante más delicado y femenino…
No es de extrañar, por lo tanto, que después de tanta fiesta, y trayendo una sensación muy veraniega por el sol de Palestina, llegara a España sin muchas ganas de fiesta y pasara los días con kuku-acciones y quemando vijaneros en vez de entregarme al consumismo y a los buenos sentimientos como gran parte de la población mundial.