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five hundred miles away from home

13 Nov

A principios de octubre llevamos más de mes y medio de clases. Eso significa que ya nos conocemos, hemos entrado en la rutina dentro de los cuartos y las casas, nos hemos acostumbrado a la convivencia, a nuestras clases, a un ritmo de trabajo, cada uno el suyo… Se han acabado las primeras semanas en las que todo el mundo es increíblemente interesante y simpático (o por lo menos más increíblemente interesante y simpático de lo normal), el trabajo comienza a amontonarse, escasean los días de buen tiempo y el campus parece hacerse más y más pequeño hasta que nos empezamos a revolver incómodos como bestias enjauladas hartas de estar sentadas una encima de la otra, lanzándonos de vez en cuando un mordisco. Un espectáculo nada bonito.

 Una nube en llamas. ¡De las que se comen, claro!

Vale, ahora mismo tengo en la cabeza la imagen de cinco hienas metidas en una jaula de cinco metros cuadrados, mordiéndose y arañándose las unas a las otras, así que quizá lo he exagerado un poco. Pero es cierto que la PBL de octubre llega como agua de mayo (toma ya refranero español, lo he buscado en google antes para asegurarme, eso sí). Las PBLs o Project Based Learning Weeks son semanas en las que en vez de ir a clase, participamos en distintos proyectos. La oferta es muy variada: tres días de yoga para los que quieran relajarse en el campus, un taller de cuentacuentos (ese grupo luego hizo un espectáculo muy bonito con cuentos de todo el mundo), seminarios sobre resolución de conflictos, mediación, entendimiento intercultural; simulaciones de las Naciones Unidas u otros juegos de rol para los apasionados de la diplomacia y el debate, una excursión a una granja o a un criadero de caballos para los interesados en la agricultura y el trabajo en el campo, y por último están las más orientadas al deporte y al ejercicio físico, que son mis favoritas. Por un lado, porque durante el resto del semestre no hago tanto deporte como me gustaría y estos últimos años me he aficionado más y más a algunos deportes al aire libre; y por otro lado, porque es una oportunidad de irme unos días del campus y no pensar en otra cosa que clavar los crampones bien en el hielo, o, como fue el caso este año, encontrar el siguiente agarre en la roca y no dejarme arrastrar por las olas.

 

La vista desde el acantilado que escalamos…

… y la playa desde la que nos lanzamos a las olas enfurecidas.

Este año, me fui cuatro días a escalar y surfear con el profesor de Física, Chris Hamper, y otros cinco compañeros: Andris (Latvia), Ingrid y Olve (Noruega), Fidel (Chile) y Jonah (Canadá). Salimos el lunes poco antes de mediodía, después de cargar la camioneta con tablas de surf, trajes de neopreno, cascos y arneses, cuerdas y pies de gato, agua y comida, ojeando con emoción las latas de chocolate en polvo y las bolsas de salsa de tacos pre-cocinada. Nos dirigíamos al norte: primero pasaríamos dos días y dos noches cerca de Stryn, una pequeña ciudad donde también nos quedamos durante nuestra semana de esquí el invierno pasado, durmiendo al aire debajo de un acantilado que escalaríamos durante el día, y después continuaríamos hasta Vestkap, uno de los mejores lugares para hacer surf, y nos quedaríamos en una pequeña casa rural.

Fueron unos días maravillosos, tan llenos de momentos divertidos, «koselig», intensos, satisfactorios, tantos paisajes preciosos, tanto viento y buena comida, que no sé por dónde empezar…

 

No fueron más que cinco segundo se sol, en serio, y hacía un frío que pelaba, pero me imagino que había que aprovechar.

Ingrid estimulando sus ideas.

El sitio donde estuvimos escalando me encantó. Había que subir una cuestecilla entre árboles y arbustos para llegar al acantilado, lo que daba una sensación de protección y de distancia a la carretera que se agradeció sobre todo al dormir, pero las ramas no nos quitaban la vista al fiordo y a las montañas de la orilla de enfrente, y cuando subíamos por la roca, podíamos darnos la vuelta de vez en cuando y observar al granjero que vivía justo al otro lado de la carretera conducir su pequeño tractor por los campos de cultivo. Tuvimos algunos momentos de sol y poca lluvia, lo que hizo nuestra estadía aún más agradable. Disfruté muchísimo volver a escalar algo que no fueran las pequeñas paredes equipadas con presas que tenemos en el colegio, y fue interesante probar otro tipo de roca. En Recuevas y en Gama, que es a lo que estoy acostumbrada, los agarres son más pequeños y se trata de colocar bien los pies, pegarse a la roca, encontrar el equilibrio… Este acantilado tenía grandes salientes y grietas, muy buenos agarres, pero a la vez muchas tripas que superar. Tenía que usar más la fuerza y no era tan fluido, ya que hacía grandes esfuerzos y una vez superado el paso, descansaba un momento los brazos. Era otra forma de considerar una vía de escalada. Si tuviera que elegir, creo que prefiero las vías en las que el esfuerzo es constante, donde puedes encadenar y subir muchos metros sin parar, pero este acantilado también me gustó un montón – era más alto que la mayoría de las paredes que he escalado hasta ahora, y de algunos pasos estoy bastante orgullosa, especialmente del momento en el que superé un saliente de esos que hace medio año miraba y pensaba «eso tiene que ser imposible». Intenté subirla varias veces sin conseguirlo, ya cansada de otras subidas, pero no quería bajar sin intentarlo. Estaba cada vez más frustrada, hasta el punto de morderme el labio y hacerme sangre (jo, que orgullosa estoy de mí misma…), pero después de no-sé-cuántos intentos, simplemente me dije «bueno, ahora lo haces», y «ataqué la roca» casi literalmente con uñas y dientes. Pegué un grito y estaba arriba – casi se me saltaron las lágrimas de alegría y orgullo. No porque pensara que el paso fuera muy difícil para un escalador, probablemente cualquiera con un poco más de fuerza en los brazos lo haría con relativa facilidad, sino porque sentí que realmente me había superado a mí misma.

¡Buenos días! – Lo primero que vimos después de una noche emocionante.

 

Ohhh…

¡qué alto!

Yuhuuuu

Anochecía ya bastante pronto, y alrededor de las seis empezábamos a preparar la cena. Había que bajar a la furgoneta y decidir qué paquete sacrificar de la caja de víveres, encender el fuego y cocinar lo que sea que habíamos elegido sobre una parrilla improvisada. Fueron perritos calientes y hamburguesas que devorábamos con hambre después de sobrevivir el día sólo con agua y bocadillos de queso. Bajábamos todos los días al centro comercial de Stryn, donde usábamos el baño, y en uno de esos viajes aprovechamos para comprar cebolla frita, ketchup y mostaza, así que los perritos calientes no estaban nada mal. De postre tuvimos también nubes semiderretidas y tostadas sobre el fuego – una delicia. Todo sabe el doble de bien si se come al aire libre, alrededor de un fuego, satisfecha con el día y contigo mismo, y en buena compañía… Nos íbamos a la cama bastante pronto. Total, no había nada más que hacer, y se estaba más calentito en el saco de dormir que fuera de él. El acantilado cubría lo justo para que no nos mojáramos con la lluvia, pero nos dejaba ver las estrellas cuando no estaba nublado, y así nos quedábamos mirando hacia arriba y hablando en susurros hasta dormirnos. Dormí genial, a mí me encanta lo de dormir fuera y despertarme sin alarma, con la luz y los sonidos de la mañana, aunque tengo que reconocer que la primera noche fue bastante emocionante. Justo cuando me estaba durmiendo, comenzó de repente un viento muy fuerte que revolvía la arena sobre la que dormíamos y arrastró las brasas que quedaban en e fuego, que comenzaron a volar alrededor de nosotros. Cuando nos levantamos a tratar de apagarlas, las colchonetas salieron volando. Al final sólo nos movimos un poco más hacia la pared del acantilado, nos apretujamos sobre las colchonetas que nos quedaban y lo dejamos todo para la mañana siguiente. Encontramos una colchoneta en un arbusto, una bolsa en un árbol un poco más allá y no perdimos nada importante, por suerte.

 

SOL

Paisaje rural desde arriba.

El miércoles por la mañana volvimos a meter todo en la furgoneta y emprendimos el viaje al Vestkapp. El viaje no se me hizo largo. El paisaje noruego es precioso, y disfruté del viento – en Flekke casi nunca hace viento. Además nos acompañaba Radio Norge, una emisora de radio que pone sólo clásicos: Bob Marley, Bob Dylan, Metallica, Guns’n’Roses, Pink Floyd, The Hooters… Bastante épico.

 

Un poco de nuestra banda sonora…

La cabaña en la que nos quedamos era encantadora. Desde ella se podía ver las montañas y un lago, tenía dos habitaciones, baño, un espacio diáfano que servía de cocina, comedor y sala de estar a la vez, con sofá y una televisión que ignoramos todos, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Desde ese espacio se subía una escalera in tanto inestable para llegar a una especie de balcón interior, directamente debajo del tejado, con otras cuatro colchonetas. Por supuesto, subí mi mochila enseguida y la puse con decisión sobre una de las colchonetas – no quería dormir en ningún otro sitio que no fuera ése. Me dormía con el sonido de la lluvia golpeando el tejado y a veces me despertaba por la noche porque el viento se había hecho más fuerte, y entonces cerraba la ventana y me quedaba escuchando…

 

Un cementerio precioso, aunque situado en un lugar un tanto macabro, justo encima de una de las playas de surf.

Durante la segunda mitad de la semana, el tiempo no acompañó tanto. Llovía, hacía mucho viento y las olas eran bastante fuertes y de alguna forma desordenadas. Era impresionante verlo, pero para hacer surf no eran las mejores condiciones, sobre todo para principiantes. Nos metimos en el agua el miércoles por la tarde y el jueves por la mañana (qué tortura ponerse el equipo, la camiseta interior, el traje de neopreno, botas y guantes y una capucha, especialmente cuando está mojado). No conseguí levantarme sobre la tabla más que unos segundos, pero la sensación cuando pillas bien la ola y sientes el tirón debajo de ti es genial, como si estuvieras volando, aunque estés tumbado o de rodillas. Una vez salí demasiado, y me vi atrapada en las olas. Venían tan seguidas que no tenía tiempo para pillar una y dejar que me arrastrara a la playa, y lo que avanzaba remando con los brazos lo retrocedía con la corriente. Al final logré llegar a la playa, usando toda la fuerza disponible, pero pasé bastante miedo.

Esta es la carretera que teníamos que bajar y subir cada vez que íbamos a surfear. ¿Quizá el cementerio era más por esto que por el surf en sí?

Volvíamos a la casa completamente exhaustos. Por suerte a Chris le gusta cocinar, y lo hacía tan rápido y bien y rechazando toda ayuda que era casi imposible echarle una mano. Acabábamos el día acurrucados en el sofá, leyendo Siddharta unos, un libro de economía el otro y mi colección de cuentos noruegos yo. La cena estaba deliciosa, y después casi no me podía mover, disfrutando de esa combinación maravillosa de cansancio físico, una ducha caliente, el estómago lleno y un cojín mullido en la espalda. Madre mía, la vida es un continuo sufrimiento, ¿eh?

El jueves por la tarde fuimos a la playa a echar un vistazo, y la visión de las olas rompiendo en la playa y el recuerdo de la sensación del neopreno mojado nos disuadió de volver a meternos en el agua. Pero como habíamos pasado algunas horas dormitando en la casa después de almorzar, no me apetecía volver enseguida, y decidí caminar los tres kilómetros de vuelta a la casa en vez de ir en coche. Se sumó primero Andris y acabó con Chris conduciendo solo…

 

Vestkapp

Realmente se notaba que estábamos más al norte que en Flekke. Las montañas no estaban cubiertas de árboles como lo están aquí, sino sólo de hierba y algunos arbustos desperdigados, y el paisaje parecía más expuesto, de alguna manera desgastado por el viento. Decenas de torrentes bajaban las montañas para desembocar en el fiordo a un lado o al otro y asemejaban venas o líneas dibujadas con tinta. No había muchas casas y la mayoría eran pequeñas, de una planta y se mimetizaban con los colores oscuros, viejos en los que estaba pintada la madera. Daban la impresión de agacharse para estar lo más cerca del suelo posible y evitar el empuje del viento. Creo que incluso las ovejas increíblemente lanudas que pastaban por todos los lados hacían lo mismo. Me gustó mucho la sensación de despejado en el mirador en el que paramos para «evaluar la situación», la humildad de las casas, la gama simple de colores: el blanco de las ovejas, el verde de la hierba, el gris del fiordo, las nubes y la carretera, y los tonos oscuros de las casas. Por supuesto, nos llovió, y llegamos empapados, aunque contentos.

 

Me tocó un grupo muy bueno: no conocía muy bien a ninguno de los primeros años, y Andris, el único segundo año que vino, es la mezcla perfecta de alguien con el que no paso mucho tiempo pero que me es familiar: fuimos a Ridderrennet juntos, estamos en las mismas clases de Biología e Historia… Me cae bien y nos conocemos lo suficiente como para que no sea incómodo ni tengamos que hablar todo el tiempo. Me di cuenta más tarde de que fuimos nosotros los que cortamos la leña para el fuego, los que subíamos y bajábamos la comida los días que pasamos en el acantilado… Creo que nos era más fácil trabajar en equipo por el hecho de haber pasado un año en el mismo sitio, trabajando de forma parecida. En resumen, tenía el espacio que necesitaba después de mes y medio de burbuja, y al mismo tiempo alguien con quien podía contar. También nos lo pasamos muy bien con Chris. Es uno de los profesores que prefiere mantener distancia con el campus y no saberlo todo acerca de nosotros, pero al mismo tiempo nos entiende bastante bien. Tiene un humor sarcástico y nuestras conversaciones sobre las leyes de la física, los agujeros negros, la seguridad social noruega y el sistema de bienestar durante la cena fueron muy interesantes y en ocasiones, cuando derivaban hacia gatos que brillan en la oscuridad y memorias de cuando nuestro colegio era mucho más relajado en cuanto a reglas, nos dolía la tripa no sólo de mantener la tensión sobre la tabla de surf, sino también de los puntuales ataques de risa.

 

Nosotros  (de izquierda a derecha: Olve, yo, Ingrid, Chris, Andris, Jonah y Fidel) por delante…

… y por detrás.

El semestre que viene tenemos dos PBLs, que los primeros años ocuparán con el curso intensivo de primeros auxilios y el Modelo de las Naciones Unidas. Durante la primera, yo estaré impartiendo el curso, ya que soy parte del grupo de primeros auxilios del colegio, y en la segunda me he apuntado para ayudar con la logística (hacer de guarda jurado, mensajero, etc.), ya que me apetece observar la simulación desde fuera y, a decir verdad, ver cómo se desenvuelven mis primeros años… Así que mis PBLs «de verdad» se han acabado. He tenido una suerte tremenda, conseguí mi primera opción en ambas y fueron experiencias increíbles, dos de las mejores semanas de estos dos años. El año pasado fue la expedición al glaciar y esta vez, una semana de escalada y surf, y aunque fueron dos excursiones muy distintas, en las dos aprendí mucho y las disfruté al máximo. Me alegro de estar segura de eso, porque ahora que estoy en la segunda mitad de mis dos años y me asalta a veces una sensación casi de despedida o de final, sé que no tengo una segunda oportunidad para mejorar o corregir… Esto es lo que hay, y estoy satisfecha con lo que he hecho.

Hoy es domingo. Ayer volvieron casi todos los viajantes. Gray me trajo chocolate Ritter Sport de Berlín; Mette, Mia y Kris tenían algunas buenas historias que contarme de Praga… Quien ha venido también es el invierno, con su habilidad de helarme la nariz en los dos minutos que tardo de la kantina a Denmark House y su manía de convertir las cuestas del campus en toboganes mortales, casi imposibles de superar. Con la primera helada nos damos cuenta de que todos los años empezamos de cero el apredizaje de mantener el equilibrio sobre él. Mañana comienzan las clases, y no tengo nada de ganas. Pero bueno, hoy Wiktoria y yo nos hemos dado cuenta de que teníamos que abrir cuatro puertecitas del calendario de adviento porque se nos ha pasado la fecha, y sólo quedan tres semanas y media para las vacaciones, endulzadas por el trozo de chocolate que nos toca cada mañana…

*P.S.: Algunas fotos son de Andris e Ingrid – ¡Muchas gracias!

schuhplattler y castañuelas

11 Nov

Hace ya casi tres semanas tuvimos European Day en el colegio. Es uno de los «días culturales»; los otros tres son African Day, Asia and Pacific Day, y Las Américas Day. Son días en los que los estudiantes de los países incluidos tienen la oportunidad de mostrar a los demás su cultura, el lugar con el que se sienten identificados, de contarnos lo que consideran importante, interesante, divertido o fascinante de la sociedad de la que vienen y de alguna forma, explicar por qué ellos mismos son como son, y se comportan como lo hacen. Hay un día cultural al semestre, de forma que a lo largo de los dos años que pasamos aquí, cubrimos todos los países y cada persona tiene la oportunidad de representar el suyo.

Solemos seguir siempre un esquema bastante parecido, con una sorpresa para despertar a la gente y empezar bien el día, un bazar con un puesto para cada país, en el que se muestran fotos, presentaciones, instrumentos de música, folletos turísticos, libros, un aperitivo… En la cena se sirven platos típicos del continente en cuestión y después viene el show, lo más esperado del día, con bailes, canciones, sketches y todo tipo de actos y «performancias».

La intro a nuestro European Show – Fannie, Alma y Fann con su cabaret

Para mí fue una experiencia muy interesante, ya que representé a España y a Alemania a la vez, aunque de forma muy distinta… Quizá debería explicar para aquellos lectores que me conocen menos, que a pesar de haber vivido siempre en España, me siento muy alemana. Cuando me presento, sobretodo aquí, donde el país es la coletilla que se le añade al nombre, digo que soy «mitad-mitad», y a veces me molesta el un poco comentario crítico de «pero tú has vivido toda tu vida en España, ¿no? ¿Y en tu pasaporte dice que eres española?», porque para mí todos los libros que me leyó mi madre durante mi infancia, desde Robin Hood hasta el Rey Arturo, pasando por todas las Aventuras de los Cinco de Enid Blyton; las galletas de Navidad, calendarios de adviento y cartas del Christkind; las páginas que escribía refunfuñando, montando bronca y a duras penas todos los días en mi cuaderno de alemán; el conejo de pascua, que encuentra el camino a nuestra casa todos los años, sin importar que tuviera que esquivar los coches y autobuses de la Avenida de los Toreros o se le helaran los pies en la nieve de Puentetoma; los veranos que pasé en Ennepetal, visitando a Oma Herta; todos los libros, canciones, películas, bromas; nuestro grupo de alemanes aquí en RCN… No sé, es mucho más que un pasaporte o un país en el documento de identidad. Es algo que creo que la gente entiende cuando me pregunta, y siento que es algo que yo y las demás personas aquí que son «mezclas», que no hay pocas, aportamos a esta burbuja de descubrimientos y nuevos puntos de vista.

 

Priit y Marit, de Estonia, con un ritual pagano – algo completamente nuevo. Me recordó un poco a una coreografía de Pina Bausch que vi una vez en youtube. La voy a colgar aquí, aprovechando… De show en show…

También soy consciente de que tengo una imagen bastante idealizada de Alemania. Al fin y al cabo, las únicas impresiones que tengo del país son las vacaciones libres de preocupaciones en casa de mi abuela, con autobuses que siempre llegan puntuales y helado con sabor a chicle, y sus paquetes llenos de ingredientes para galletas que llegaban unas semanas antes de Navidad, mientras que de España conozco también los aspectos negativos. Me sigo sintiendo española, por supuesto, pero cuando se trata de patriotismo en el sentido más típico de la palabra, me cuesta incluso más en el caso de España que en el caso de Alemania.

A lo que iba. Comenzamos el día con un desayuno en el salón de nuestra casa, con chocolate caliente y panecillos, y cuando entramos en la kantina al mediodía, pudimos admirar el trabajo del comité de logística – cadenas de banderas colgaban de una esquina a la otra de la sala, las paredes estaban decoradas con las siluetas de edificios famosos de Europa, y las mesas estaban dispuestas en forma de avión. Nuestro leitfaden era la idea del Eurotrip, del viaje por Europa que hacen tantos estudiantes de nuestro colegio durante las vacaciones.

Yo me encargué del puesto español en el bazar, ya que mi primer año no pudo estar ese fin de semana. No tuve mucho tiempo para prepararlo, pero mi tercer año me había dejado castañuelas, una baraja española y algunas otras cosas, y yo tenía mi abanico. Alberto me dejó su traje regional andaluz, con la faja roja y el sombrero negro, y como no tenía otra cosa más española que ponerme, decidí llevarlo. En conjunto me di cuenta de que la España que estaba representando no tenía mucho que ver con la España de la que realmente me siento parte. Además, como es natural, la gente un sábado por la tarde viene a curiosear, a echar un vistazo, y estaban más interesados en mis bocaditos de pan tostado con aceite de oliva y jamón serrano (que, hay que reconocerlo, estaban para chuparse los dedos) que en mis descripciones de Madrid o las fotos de Puentetoma con medio metro de nieve. Así que ahí estaba yo, con pinta de torera, enseñando a tocar las castañuelas, y la gota que colmó el vaso fue cuando Mais, de Jordania, me preguntó cómo se decía algo en español, y la palabra comenzaba por r, y me salió el acento alemán con especial fuerza. Me sentí una española un poco fracasada, una representante bastante mediocre…

 

Nuestros muchachos noruegos. En el orden final: Eivind, Olve, Halfdan, Henrik, Fredrick y Andreas.

Menos mal que la parte alemana fue mejor, desde las cervezas sin alcohol que compartimos Meta, Mia, Raphael y yo acompañando a lo que quedó de mi paquete de lomo ibérico. La cena europea quedó bastante deslucida, más que nada por los recortes de presupuesto que ha habido este semestre. En mi opinión, fue bastante injusto que se aplicaran también a nuestra cena, que no se pudo comparar con la cena africana o la asiática del año pasado.

Por fin, el show. Fue muy, muy bueno, en eso estuvieron de acuerdo varios profesores, que son la fuente más fiable, ya que lo pueden comparar con otros shows europeos. Casi todos los países estaban representados, y aunque fue bastante larga, no se hizo aburrida. Desde cabaret hasta un ritual de Estonia; desde una canción irlandesa que trataba de convencernos acerca de las ventajas de un caballo sobre cualquier tipo de coche hasta una canción y un baile tradicional del este de Europa muy simples de ritmos y movimientos, pero que creaban un efecto precioso cuando se combinaban y alternaban las voces de los distintos grupos, juntándose y separándose; desde un encantados sketch noruego, que, cómo no, fue muy, muy «koselig», hasta nuestra increíble «performancia» alemana…

Tuvimos miedo desde el principio a que nuestro show se hiciera aburrido. Una de las desventajas del hecho de que la cultura occidental se haya expandido tanto (nótese el elegante eufemismo que evita el término «colonizado») es que es difícil mostrar algo nuevo. Sin embargo, quiero pensar que logramos sorprender a nuestro público al menos tanto como nos sorprendimos nosotros de nuestra propia variedad…

El número alemán lo creamos a partir de una canción que circuló por el colegio estos meses, sobre un tipo que realmente no quiere irse de la discoteca, sin importar que sea una chica la que intente llevárselo a casa, o el guardia de seguridad trate de echarle, y simplemente quiere seguir bailando, y un baile tradicional del sur de Alemania. Así que combinamos la vida nocturna de Berlín con la fiesta tradicional de las montañas bávaras, y el resultado fue bastante gracioso. El caso es que nos lo pasamos muy, muy bien pintando, practicando, golpeándonos los muslos y probando el efecto de distintos bikinis (por cierto, ¡la del bikini soy yo!). Este año, el grupo «germano-parlante», como nos obliga a llamarlo Raphael, de Suiza, es genial. Os dejo con los vídeos de la canción original, del baile en el que se inspiró nuestra coreografía y del resultado de la combinación. Al igual que los otros vídeos, los grabó Naomi, de Hong Kong… ¡Muchas gracias!

Nein Mann – Laserkraft 3D

Los mozos de Kohlrösl-Buam Gilschtal «schuhplattlereando»»

 

Nein mann… Integrantes: Ben, Raphael y una servidora «luminosos» y Meta, Mia, Max, Josy y Raphael de nuevo, dándolo todo en el Schuplattler.

Me he dado cuenta de que los vídeos no hacen mucha justicia a los números. En el momento, fue mucho más emocionante – ¡al menos esaimpresión tuve con los demás!

DH203

Las vacaciones van bien. No estoy trabajando tanto como había planeado en un principio, pero bueno… El martes volvió Wiktoria, mi compañera de habitación, de pasar unos días con su familia, y trajo un montón de decoraciones navideñas, unas pegatinas de pájaros de estilo japonés y un ambientador de vainilla, además de calendarios de adviento para todas. Ahora vivo en una habitación que parece la tela de una araña ligeramente drogada por el consumo descontrolado de galletas navideñas, con una cadena de luces que va de una esquina a la otra, dando dos vueltas a la lámpara central. Y cuando entras en el baño, casi puedes oír las cataratas de Japón y el piar de los ruiseñores, mientras tienes a la vez la sensación de flotar en pudin de vainilla. Por el ambientador, se entiende. Es precioso, porque cuando las luces se reflejan en mi ventana, parece que los árboles de fuera estén decorados. Así al menos nos alegra un poco el anochecer, que llega ya a las cuatro y media. En cuanto a los calendarios de adviento, hemos decidido que nuestra cuenta atrás será a la cena de Navidad. Eso significa que empezaremos a abrir puertecitas casi como que ya… Algunos envidiosos se burlan, pero ya sabéis, ándeme yo caliente (léase «iluminado»), y ríase la gente. Nunca es demasiado pronto para estas cosas.

 

Ya que estamos musicales, aquí la banda sonora de nuestra acción de decoración. Prueba cantar esto subida en una silla montada en una mesa, son un martillo en una mano y una chincheta en la otra, tratando de hacer una estrella gigante encima de la puerta del baño…

Aparte de convertir nuestra habitación en una fábrica de espíritu navideño, también hemos tenido nuestros propios festivales de cine individuales, que en mi caso ha consistido de una revisión de Star Wars con Rodrigo, para la que he hecho palomitas de verdad, de esas que salen del maíz y no de una bolsa marrón que se mete en el microondas. También nos comimos medio fuet y varios bollos de canela. Un festín, vamos. Ayer vi Boondock Saints con Wiktoria, Álvaro y Alonso, una mezcla muy buena entre humor, violencia y amistad, con la mafia rusa, dos hermanos irlandeses y un forense apasionado de la música clásica de moral un tanto peculiar. Muy buena. También han caído dos películas alemanas: Hace un año en invierno, de Caroline Link, una película preciosa sobre la pérdida, el arte y las relaciones entre los miembros de una familia, y Querido muro, una comedia romántica que tiene lugar a ambos lados del muro de Berlín. Un poco típica y superficial, pero entretenida. Oh, y el martes tuvimos una noche de Bollywood en nuestro cuarto. Cocinamos una olla enorme de arroz (¿soy la única que siempre calcula mal con el arroz?) con curry y pimientos y vimos una película escogida por Sangita, de Nepal, experta en este tema.

El fin de semana que viene será menos fiesta, y más trabajar.

Último video, ¿vale? Pero encontré esto buscando la canción anterior, y no pude resistirme. Vaya madre más atrevida…

nieve nieve nieve

20 Oct

«Vale, genial, aguanieve. Me muero de emoción», fue el comentario de los más sarcásticos. «Ya sabes lo que significa eso,¿no? ¡INVIERNO!» me amenazó Wiktoria, y algunos noruegos solamente sacudieron la cabeza y murmuraron algo como «Pfft, turistas…». Pero si realmente no se dejaron arrastrar por la alegría que causaron los primeros copos de nieve del invierno que cayeron por cinco minutos alrededor de la medianoche, mira, peor para ellos.

Sí, ya sé que tendré más que suficiente de esto en los próximos siete, quizá ocho meses, pero eso no quita que la primera vez sea muy emocionante. Estaba concentrada en la lectura de «The White Tiger», el libro que estamos analizando en inglés, y tenía la mente llena de rikshas, de olor a especias y de los hoteles y bares de Delhi, cuando comencé a oír gritos y risas fuera, levanté la mirada y vi los copos, no, los trapos cayendo fuera de mi ventana. Grité «¡está nevando!», cosa que no causó ninguna reacción en mis compañeras, y bajé corriendo las escaleras. Antes de abrir la puerta de Denmark House ya podía oír las risas y gritos de os latinos, para los cuales era la primera vez que veían nieve… Me abrazó Jimmy, de Costa Rica, después Alonso, Felipe… Muchos africanos estaban allí de pie, sin saber muy bien qué hacer, mirando maravillados hacia arriba, algunos asiáticos se sacaron una foto con el móvil… Y los segundos años nos empezamos a abrazar también, bromeando, pero sinceramente felices. Sí, ya lo habíamos vivido una vez, pero era uno de esos momentos en los que los recuerdos del año pasado se mezclaban con lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor, que era similar y al mismo tiempo completamente diferente. Uno de esos momentos que se graban en la memoria.

Foto de Tian Ge (China)

Es el comienzo del invierno, un invierno que traerá mucho, mucho frío, que cubrirá de hielo rampas, escalones y carreteras, que casi no nos dejará ver el sol en meses… Pero mientras mirábamos hacia arriba, hacia el remolino de copos, y atrapábamos algunos con la lengua, sólo pensábamos que también vendrán las guerras de bolas de nieve, el patinaje sobre hielo, el sonido del hielo resquebrajándose sobre el fiordo, las noches de luna, en las que sales del cine y el campus parece espolvoreado con azúcar en polvo, los enormes cristales de hielo, la Navidad…

Ahora ha vuelto la lluvia, pero para mí esos cinco minutos han sido como una promesa, un avance de la belleza que sustituirá a esta lluvia, que ya me está cansando un poco…

on the run

15 Oct

Cuando comencé este post hoy por la mañana, no pensé que tenía todo esto guardado, que escribiría tanto, pero me ha salido un artículo bastante largo. Ni siquiera tengo fotos para aliviar entre párrafo y párrafo los ojos cansados, así que… Bueno, ¡quedáis avisados! A veces toca esto, entre tardes de Bob Marley y excursiones de escalada…

«Lovely Lea! See you soon! Enjoy the weekend. ❤ – Sangita & Sukeji», dice la nota que me he encontrado en mi escritorio al volver de un desayuno tardío o un almuerzo temprano. Es de mis dos maravillosas compañeras de habitación del primer año, a las que ya he cogido un montón de cariño. La verdad es que he tenido una suerte tremenda con mis compañeras de cuarto, y Denmark House 203 es la mezcla perfecta de aire fresco y olor a velas o perfume, de pequeños detalles y decoraciones que la hacen acogedora, como nuestra tetera en la mesa central o los farolillos chinos que cuelgan de la lámpara, de estudio y diversión, de arte y música, ni demasiado desordenado, ni demasiado estricto, con un baño limpio y caótico en su justa medida. Siempre dejamos un mensaje de despedida en la puerta o en las mesas de los demás cuando nos vamos por unos días, deseando un buen fin de semana o prometiendo traer helado si vamos a la ciudad, así que la nota en mi escritorio no tendría por qué ser nada especial. Sin embargo, el motivo por el que Sukeji y Sangita van a estar fuera estos dos día sí es bastante especial: como la inmensa mayoría de los primeros años, van a participar en un juego de rol sobre refugiados, una actividad organizada por la cruz roja que tiene lugar en nuestro colegio todos los años. El año pasado yo participé, pero creo recordar que no llegué a escribir sobre ella, así que he pensado que ahora que veo a mis amigos aprendiéndose los nombres y edades de sus «familiares», de la gente en su grupo, llenándose los estómagos de arroz con leche, vestidos como una cebolla, nerviosos y expectantes, cuando vuelven recuerdos y sensaciones del año pasado, aparece una preocupación casi maternal (¡preocupante!) y me pillo preguntándoles si han comido suficiente, si llevan ropa interior térmica y guantes, ahora sería un buen momento para escribir sobre mi experiencia…

El juego de rol se llama «på flukt», que en significa algo así como «huyendo», y, como mencioné antes, es organizado por la Cruz Roja. Se trata de experimentar durante 24 horas la vida de un refugiado que está huyendo de un conflicto o de una situación de miseria y viene a otro país buscando asilo. Los controles, la discriminación, el maltrato, las dificultades para encontrar un sitio donde dormir y comida, la ayuda de organizaciones humanitarias, que a pesar de ser limitada, siempre es bienvenida, el miedo, es estrés, el no saber dónde estás ni qué hora es ni lo que va a pasar, la necesidad de esconderse cada vez que pasa un coche, de correr cuando viene la policía, de cuidar de otros en una situación extrema, de caminar y caminar por la noche, sin dormir apenas… Estas 24 horas te proporcionan una pequeña dosis de cada una de estas sensaciones.

Yo no me arrepiento de haberlo hecho el año pasado, aunque desde luego no fue una experiencia que disfrutara. Tampoco está hecha para ser disfrutada. La peor parte para mí no fue el andar por horas en la nieve, subiendo montes y entrando y saliendo del bosque, sin una meta exacta, o seguir la carretera de noche sin reconocer a nadie más que a quien está caminando a tu lado, y esconderse o echar a correr cada vez que viene un coche… Mientras estaba fuera y podía respirar aire fresco y moverme con relativa libertad, no me sentía demasiado mal. Fue el tiempo que pasamos dentro lo que más me afectó. Primero los controles antes de poder salir del país: vaciar nuestras mochilas una y otra vez y tener que buscar nuestras pertenencias entre un montón enorme de ropa, para luego tener que volver a echarlas diez minutos después, ser cacheados y que nos quitaran los relojes, alguna comida que habíamos intentado llevar, pasar por el médico y algunas pruebas físicas completamente carentes de sentido… Mientras esperábamos en los pasillos llenos de gente, vestidos con demasiada ropa, apretados y agobiados me invadió una sensación febril, fue horroroso. Los guardias, oficiales y médicos devoraban hamburguesas y platos de comida mientras los mirábamos y después de ser empujados de una habitación a otra por horas, ya no sabía qué pensar o hacer.

También la simulación de la frontera fue bastante impresionante. De noche caminamos a Flekke y sabíamos que podríamos dormir por un tiempo en un «campamento de la Cruz Roja» después de la frontera, y que nos darían comida, pero antes estuvimos esperando quizá media hora o una hora entera, con militares gritándonos, forzándonos a hacer dominadas, a arrodillarnos, a levantar las manos, todo por capricho…

En conjunto creo que fue una experiencia valiosa, aunque no estoy segura de que realmente mejorara tanto mi comprensión de la vida de un refugiado. Es cierto que vivirlo es distinto a imaginárselo, pero nada de lo que me ocurrió fue sorprendente o completamente inesperado. Sorpresa en ese momento, sí, pero no inesperado. Otra cosa que caracterizó nuestra experiencia fue, que algunos de los actores o instructores de la actividad fueron nuestros segundos años. Normalmente se supone que son todos externos al grupo de participantes, de forma que no los conoces y no los ves después, pero aparentemente no tienen suficiente gente para hacer eso. No creo que sea una buena idea. Quizá lo exagere un poco, porque al fin y a cabo todos sabemos que es un juego de rol y por supuesto no lo extrapolamos a la realidad, pero no puedes evitar personalizarlo. El año pasado, sé que para los actores fue una experiencia tan intensa como para nosotros. El ser tan crueles e injustos y casi violentos con nosotros los afectó de varias formas. Algunos consiguieron verlo como un ejercicio y superar el mal sabor de boca con una buena noche de sueño, otros se asustaron al pensar que quizá se estaban metiendo demasiado en el papel, que no se daban cuenta de que eran personas, sus amigos, esa gente a la que estaban maltratando, que consiguieron eliminar eso de sus mentes durante el ejercicio, y unos pocos casi se derrumbaron después de horas de intimidar a sus amigos y a la gente con la que vivían.

A mucha gente le resultó fácil «cambiar el chip» una vez acabado el juego de rol. A mí no tanto, y sé que a otros les pasó lo mismo, de ambos grupos, de los actores y de los participantes. No me sentí distanciada ni mucho menos de los que habían sido mis «maltratadores», más al contrario: la experiencia nos unió mucho en al menos dos casos. Pero durante días tuve esta sensación surrealista, y me sentía triste sin saber realmente por qué, y me asaltaban los recuerdos de vez en cuando.

Tengo que admitir que este año, cuando anunciaron que necesitaban a gente para ayudar en la organización, sentí curiosidad. Una parte de mí quería saber lo que se siente, si sería capaz de hacerlo, cómo reaccionaría en esa situación. Pero mi curiosidad, por muy grande que sea, tiene límites, y este es uno de ellos. Nunca había probado los juegos de rol, y la idea de estas dos realidades solapadas para mí es muy extraña, y me da miedo. Probablemente no sea tan extremo como lo siento ahora, pero tengo la impresión de que es muy fácil cruzar el límite, aunque sea por muy poco, y que entonces es difícil volver atrás y la situación cambia a algo completamente distinto. De todas formas, soy consciente de que es una impresión muy personal, y de para mucha gente probablemente sea más fácil controlar y separar estas dos realidades que para mí.

Aprovecharé el fin de semana para trabajar. La diferencia se nota un montón, el campus parece vacío. Pero no puedo evitar que mis pensamientos vuelvan con frecuencia al año pasado, o me imagine a mis amigos que están pasando por algo parecido mientras escribo. Vamos a calmarnos, que al fin y al cabo sobrevivirán, y sé que mis preciadas compañeras de habitación volverán sanas y salvas… Espero que salga bien y sea una experiencia interesante y valiosa para todos.

una tarde como una canción de bob marley

13 Oct

Hoy por la mañana Flekke ha amanecido así:

 

¡El primer día de helada! Sólo una fina tela de araña de escarcha, casi imperceptible, que cubría el prado entre las casas y la kantina , pero ya había sucumbido al sol cuando volví. Sí, habéis leído bien – sol hoy también en Flekke. Qué gran despedida del calor. Esta mañana me he levantado sintiéndome fatal, y no he ido a clase, pero el buen tiempo realmente puede con todo. Ahora estoy sentada con Kris debajo de un manzano, envuelta en una manta y con varias capas de ropa, mientras Ashley, de Serbia, y Mirza, un kurdo establecido en Suiza, juegan al baloncesto en la canasta que cuelga de Uncle Tom’s Cabin. Todo el mundo está en sus actividades, de vez en cuando pasa alguien y se une para unos tiros a canasta, o intercambia algunas palabras con nosotros y sigue su camino. Pero la mayor parte del tiempo sólo se oyen los pájaros, los golpes del balón, el pasar de páginas de Kris y mis golpecitos en el teclado. Ya entiendo por qué da la impresión de que realmente los pasamos mal aquí… Un asco de vida, vamos. Si ahora que lo pienso, incluso estar enferma no está mal. Las clases que me he perdido no son tan graves, algún profesor incluso me ha mandado un correo deseándome que me mejore pronto, he llegado a disfrutar de ese momento de estar en la cama sin dormir, de sentir las mantas y almohadas calentitas alrededor de mí y la luz que se filtra por mis cortinas, algo inexistente en mi día a día… Me he levantado a las doce y media, cuando la vista de mi ventana era ésta,

 

me he dado una ducha y me he ido a comer. Comí en una kantina vacía, con Eivind, que también está enfermo, y después he pasado la tarde en un limbo temporal, sin ninguna reunión a la que acudir, ninguna actividad en la que participar, sin sentirme estudiante del IB. Por la silla a mi lado pasaron Kris, con el que estuve charlando un buen rato y comiendo el chocolate alemán que nos donó Meta; Álvaro, que está intentando resolver el Cubo de Rubik y lo lleva a todas partes; Prince, que es casi dos metros de materia adorable de Swazilandia; y ahora Mia, mi primer año alemana, que está leyendo para Literatura Mundial. Pero ahora el sol está bajando y mis pies se están enfriando. Así que daré fin a una tarde idílica de dolor de estómago, y me iré a mi cuarto a trabajar. Me imagino que este será el último post sobre mis ensoñaciones doradas, que ya vale. En realidad siempre me siento con el propósito de escribir sobre la semana de proyectos, o sobre las visitas de universidades, pero luego me gusta tanto escribir y tengo tantas cosas que contar y la cabeza tan llena de pensamientos y emociones que acabo escribiendo de lo que está pasando ahora mismo a este lado de la pantalla. Intento capturar los juramentos en árabe cuando el balón rebota en el aro de la canasta, el sudor sobre la piel negra de Leo, el sonido de la puerta de Norway House al abrirse, el acento vietnamita de Nguyen, la imagen de Kris revolviéndose en la silla porque no sabe qué hacer con sus piernas demasiado largas, la visita relámpago de Karolina… A veces pienso que es lo que realmente cuenta de estos dos años, todas esas pequeñas impresiones, las películas y el café de los viernes, esa noche en la que se veía la Vía Láctea, esa conversación a la hora de la cena sobre pudin de vainilla, cuando alguien me pasa la mano por el pelo, que Scott me ha vuelto a cortar corto, corto, corto… ¿Os llega? Quiero recordar todo esto tan bien como las grandes fiestas, las excursiones, las discusiones intensas, los encuentros y choques de culturas… Sé que lo echaré de menos.

Me voy, qué fresco hace ahora. Al contrario que los jugadores de baloncesto, que se están calentando más y más. No es por confirmar estereotipos, pero de verdad, los árabes… Ahora el balón ha llegado hasta nuestras sillas y casi morimos aplastamos. Creo que es una señal de los dioses. Abandono mi puesto y le doy al botón de «publicar».

nackedei, nackedei

11 Sep

Aquí es donde se erigirá la ciudad de Oslo…

Tengo un «free block», el profesor de Historia no está, y ha sido una sorpresa. Los «free blocks» sorpresa son tan escasos como apreciados, se disfrutan mucho más que los «free blocks» de Teoría del Conocimiento, una asignatura que sólo ocupa dos de cada tres clases programadas. Los «free blocks» no se planean, no puedes hacerte una lista de cosas que deberías hacer, no los gastas haciendo los deberes para la siguiente clase, porque en principio no contabas con él. Así que no te mala conciencia relajarte por una hora y media, más o menos, y escribir en el blog en vez de en uno de los veinte documentos que tengo abiertos en mi ordenador. Que a una cosa tan pequeña le quepan tantas palabras, de verdad… A veces me pregunto si va a explotar en algún momento.

Así que he vuelto a mi cuarto, me he puesto música, y me he echado un poco del zumo de naranja que nos llevamos todos del catering de las competición de primeros auxilios a la que fuimos el fin de semana pasados. Hay momentos en los que no parecemos estudiantes responsables, librepensadores, concienciados, sino una horda de animales hambrientos. Total, que nos llevamos algunos de los bricks de medio litro de zumo de naranja y ahora conservo el mío colgado fuera de mi ventana. Y es que además de la mejor vista del fiordo, mi ventana me ofrece un sistema de refrigeración alternativo extremadamente útil. Y como estoy en el segundo piso, mi zumo de naranja está fuera del alcance de los dedos largos de algunos de mis compañeros, que de vez en cuando hacen desaparecer del frigorífico nuestras más preciadas posesiones, es decir, COMIDA, provocando un daño emocional y psicológico inconmensurable. En serio.

Creo que toca un poco de color en el blog, no he subido muchas fotos últimamente, así que he pensado que igual os gustaría ver un poco de Oslo, las fotos que tomé durante los dos días que pasé con Bennie, y después en la visita de la ciudad que hicimos todos en Oslo Day.

No lo pude haber disfrutado más. Oslo en general, y especialmente el barrio un poco periférico en el que vive Bennie, me recordaron un montón a Alemania y a los veranos que pasé visitando a Oma Herta. La estructura de las casas, de la ciudad, el cableado de los tranvías trazando una telaraña abstracta encima de las calles, el pequeño supermercado a cinco minutos de casa, los árboles frondosos, las nubes y la lluvia de verano, la iglesia de ladrillos y pizarra… Una sensación bonita, aunque un poco melancólica, de estar en casa y a la vez echar en falta algo.

La casa de Bennie

Bennie, yo y Romy, nuestra amiga de Holanda, que también estaba visitando, nos quedamos en casa del padre de Bennie y su familia, que estaban de vacaciones en Suiza. Bennie tiene cuatro hermanos pequeños, de cuatro, seis, ocho y diez años, así que a veces tenía la impresión de estar todavía en casa, cuando veía una excavadora de lego encima de la mesa del salón, las paredes llenas de dibujos, la cama-castillo o la tabla de multiplicar pegada en la ducha. Por si sirve de consuelo, Uli, los niños noruegos pasan por la misma tortura matemática de aprenderse la tabla de multiplicar que los niños españoles. Tuvimos dos días muy, muy agradables. Ragna (Noruega) y Claudia (Italia) se nos unieron la misma tarde en la que llegué yo, y como Bennie tenía que hacer todavía algunos recados y las viajeras estábamos cansadas de las horas de aeropuertos y espera, nos lo tomamos con tranquilidad. Al día siguiente, creo que era viernes, nos fuimos a dar una vuelta por Oslo. Bennie nos enseñó el centro, con la iglesia, los edificios del Gobierno, el palacio real y el centro comercial. Por el paseo hacia el palacio se mezclaban los puestos de la campaña electoral con un concierto de jazz, parte del festival de música que tenía lugar en esos días. Olve, uno de los primeros años de Noruega me contaba más tarde que Oslo es un buen sitio para músicos, sobre todo para los que empiezan, porque como efecto colateral del orgullo que comparten los noruegos por su país, se presta más atención a la música que surge en el propio país que en España, por ejemplo, donde tengo la sensación que la influencia de la música americana, o en general de lengua inglesa, quizá no se lo ponga tan fácil a artistas independientes, no tan conocidos, grupos pequeños que acaban de comenzar su carrera… En Oslo, además del festival de música, el centro estaba lleno de bares y clubs que anunciaban conciertos en directo, con patio interior y un pequeño escenario ocupado cada noche… Y eso que Oslo es una ciudad bastante pequeña, comparada con otras capitales europeas. Me gustó mucho.

También me hizo ilusión encontrarme citas de autores, especialmente de Ibsen, desperdigadas por el asfalto, que me recordaron a la calle Huertas en Madrid, y algunas de las cuales eran muy agudas.

Cuando comenzó a llover, algo que va veíamos venir, nos refugiamos en un pequeño café, precioso. Pintado de colores «viejos», de tonos un poco desgastados, oro viejo, marrón y turquesa oscuro, con dibujos y espejos oscuros colgados de las paredes y música de fondo. Estaba llenos de estudiantes que venían de la universidad a tomarse un café a un precio razonable, y en una pared había una colección enorme de frascos de té para servirte tú mismo, como hizo Bennie. Aún así, Romy y yo nos decidimos por un chocolate caliente, con una montaña de nata encima…

Una ciudad llena de tigres

Más tarde, pasamos por la tienda de segunda mano más grande de Oslo, Uff creo que se llama. Un auténtico paraíso, un museo de la moda de los últimos 50 años. Desde trajes típicos noruegos con sus veinte capas, bordados y kilos de peso hasta vestidos de novia cerrados al cuello y largos hasta los tobillos, desde vestidos de fiesta cubiertos de lentejuelas y guantes largos de terciopelo negro hasta pantalones de obrero y corbatas de todos los tamaños, formas y colores, desde jerséis que parecían tejidos por las tatarabuelas de mi compañeros noruegos, hasta vestidos que podrían haber salido de una película de Audrey Hepburn. Una maravilla.

De vuelta a casa, nos pasamos por el supermercado para comprar los ingredientes de nuestra última comida creativa y variada, un wok de verduras y arroz con curry. Pues sí, cocinamos, y nos salió buenísimo. Para que luego hablen tan mal de nuestra habilidades culinarias…

… y sabía igual de bien!

La tarde la pasamos chilleando, esa acción tan característica del colegio de ver pasar el tiempo desde una posición relativamente horizontal en compañía de algunos pocos buenos amigos. Bennie se tuvo que ir a hacer la maleta a casa de su madre, Ragna y Claudia ya se habían ido antes y Romy y yo nos quedamos hablando en la cocina hasta que un sonido sospechosamente parecido al tictac de una bomba de relojería que provenía de cerca del fregadero nos hizo huir al dormitorio, donde nos encontró Bennie. En algún momento, Romy se quedó dormida, pero Bennie y yo decidimos aprovechar nuestra última noche de libertad absoluta para ver Buscando a Nemo y comer cereales. Sí, fue una noche salvaje y desenfrenada…

La visita que hicimos a Oslo al día siguiente, después de la emoción de vernos de nuevo, después de abrazos, besos, el descubrimiento de un nuevo tatuaje y más abrazos, fue bastante distinta a la del día anterior, pero igual de bonita. Fuimos a ver la ópera de Oslo, un edificio nuevo con un contraste precioso entre la madera clara de la que está hecha la espiral interior, dentro de la cual probablemente se encuentran las salas, y la fachada, que por fuera es de piedra blanca y por dentro esta recubierta de una estructura de metal y cristal. La verdad es que nosotros prestamos casi más atención a los baños, una parada recomendada en nuestro recorrido. Muy elegantes, aunque los dispensadores de jabón y el avanzado mecanismo que activaba el agua supusieron un desfío incluso para nuestras mentes privilegiadas. Tanto estudiar, tanto estudiar, y luego lo fundamental…

Vistas desde el tejado de la Ópera

Interior de la Ópera de Oslo

Vimos de nuevo el palacio y los edificios más significativos, la universidad de Oslo, etc, y pasamos también por el perímetro construido alrededor del barrio afectado por el ataque terrorista ocurrido el verano pasado. Había flores prendidas de todas las verjas, y visitantes como nosotros observando las ventanas rotas, sustituidas por láminas de madera, el reloj roto de uno de los edificios del gobierno, y probablemente tratando de imaginarse sin conseguirlo del todo el efecto devastador que tuvo en una ciudad tan acogedora, tan pequeña como Oslo.

Un escaparate de periódicos cerca del perímetro

Nos sentamos a comer en un parque en el centro de la ciudad, y después nos dimos una vuelta por el paseo principal, que es conocido por sus estatuas. A ambos lados hay una filas de estatuas de metal que representan a personas en actos cotidianos, simples. El juego, un abrazo, una lucha, sentados, caminando, un padre y un hijo, dos niños corriendo, una pareja, un salto, un niño pequeño enfadado. Todos ellos están desnudos, pero era curioso como eso me llamó tanto la atención, sino que simplemente resaltaba la belleza de los cuerpos, del movimiento, de la soledad o la compañía… Me gustaron mucho. El paseo conducía a una plazoleta con más estatuas, estas de piedra, colocadas en círculos concéntricos alrededor de una columna formada por cuerpos desnudos. Esta maraña de personas no me gustó tanto, pero las estatuas alrededor sí. Éstas eran de piedra, probablemente granito, y eran más grandes que las que flanqueaban el paseo. Se centraban más en las distintas edades de los humanos – hombres con barba, sentados, mirándose, dos mujeres peinándose… Fue muy emocionante ver a un chico ciego, acompañado de la que parecía ser su abuela, tocando las estatuas y siguiendo con sus manos sus curvas y las formas de sus cuerpos.

Más tarde cogimos el ferry para ir a una isla cerca de la costa, para visitar un museo. El museo era al aire libre, estaba formado por varias casas que representaban los distintos estilos de construcción que se produjeron en Noruega a lo largo de la historia, y se encontraba en medio de un barrio residencial lleno de casas impresionantes, más parecidas a mansiones, con columnas griegas, terrazas acristaladas, portones de entrada de tres metros de alto… Fue curioso visitar una granja construida cuando Noruega era un país que sobrevivía de trabajar la tierra, muy pobre, cuando te sabías rodeada de los palacios de las familias más acaudaladas de Oslo. También entramos en una iglesia construida enteramente de madera (como todo en Noruega, por otra parte). Por fuera tenía varios niveles de tejado sobrepuestos, con pequeñas gárgolas en forma de dragón, y tenía un aire asiático, recordaba ligeramente a los templos incrustados en la roca, en alguna montaña del Himalaya…

Desde el ferry

Antes de meternos en el autobús para emprender el trayecto de diez horas a Flekke, fuimos a una pizzeria que nos habían reservado, y nos lanzamos como buitres sobre uno de esos platos que sabes que no volverás a probar en al menos cuatro meses, con el hambre de exploradores satisfechos con su expedición…

Cuando pienso en Oslo, surgen muy buenos recuerdos.

Last ikke tiden. Havde tiden været større, så var du bleven mindre.

– Henrik Ibsen

(No culpes los tiempos. Si los tiempos hubieran sido más grandes, tú hubieras sido más pequeño)

Os dejo una canción de Timbuktu, un músico sueco. Como la palabara «chilleando», es parte del patrimonio cultural de nuestra burbuja, donde el rap nórdico se mezcla con la salsa venezolana y la música indie americana, las canciones de amor árabes con la voz de Cesárea Évora…

koselig

7 Sep

Tengo dos minutos para escribir, uno y medio. Los martes y jueves es día de baño matutino, así que tengo que irme a dormir. Hoy ha sido un día bueno, que ha empezado con una agenda llena hasta el último renglón y cada minuto planeado, y ha acabado con una Lea feliz que, de alguna manera, ha conseguido hacer casi todo lo que se proponía y además con buen talante, y ahora se siente satisfecha y contenta consigo misma. Casi ronronea. Los resultados de esta tarde son cinco bolsitas de té en la papelera, tres mías, una de Ben y otra de mi primer año de Suiza, una enorme tarjeta de cumpleaños colgada en la kantina par sorprender a Kathrine mañana y un ensayo comparativo de literatura mundial que solo necesita una última pasada y cuenta con la aprobación de María Teresa, nuestra profesora de español. Ah, y una lista de universidades interesantes que sigue creciendo…

Fue mi primera tutoría con María Teresa, y aunque había acabado un primer borrador del ensayo, lo leí ayer y vi la luz, así que me pasé la tarde entera en mi cuarto reescribiéndolo y cambiando el enfoque del tema. Lo disfruté de verdad, y ni siquiera me distrajo la visita primero de Ben, con el que vi un cortometraje muy filosófico y luego otro muy ácido, además de ver un espectáculo espontáneo de breakdance en mi cuarto, y después de Raphael, mi primer año de Suiza, que venía buscando Internet y se quedó repantigado en mi sillón maravilloso, enseñándome un poco de alemán suizo. Es un dialecto tan extremadamente gemütlich, una palabra que no se puede traducir al español, pero que designa a Bennie cuando se pone su enorme jersey noruego y me da un abrazo, a un gato acurrucado calentándote la tripa, a mi cama llena de cojines y postales y quizá también a Álvaro cuando me rasca la mejilla con su barba de tres días.

Acabé tres minutos antes de tener que irme, eso sí, muy satisfecha con lo escrito, y subí a «la colina de los profesores» en la oscuridad y la lluvia, para llegar a la acogedora casita de María Teresa. La verdad es que estaba bastante nerviosa, porque María Teresa y yo hemos tenido nuestros desacuerdos y yo no estaba muy segura de mi trabajo… Pero enseguida me sentí muy a gusto. Katu, que tenía «cita» antes que yo estaba todavía, y me hice un té indio que me ofreció María Teresa. Su casa es como el templo de la Literatura y el Arte al que acuden los habitantes de Flekke a presentar sus respetos. Muchos libros, un retrato de Frida Kahlo y entradas y recuerdos de sus visitas al Teatro del Globo para asistir a distintas representaciones de obras de Shakespeare. Fue una conversación muy productiva, de la que salieron aspectos nuevos de mi trabajo, muy interesantes, y a la vez la seguridad de haberlo hecho bien, porque podía hablar de él, y explicarlo y María Teresa entendía lo que quería decir. Me he dado cuenta de que el nuevo nivel de confianza y conocimiento que hemos alcanzado los segundos años, y que disfruto cada día más (como dice Fredrik: «Ya nos podemos andar desnudos entre nosotros. Total…»), se puede aplicar también a los profesores, y realmente disfruté mucho mi tutoría.

Poco a poco me voy acostumbrando a ser segundo año. A tener que irme del Dayroom un poco antes porque hay que trabajar, a renunciar a algunas conversaciones y visitas, a concentrarme cuando hace falta y a perderme algunas cosas. Voy dejando atrás la envidia que tenía a los primeros años y las ganas de volver a vivirlo todo, y en vez de eso disfruto su compañía relajante y divertida y de verlos comenzar estos dos años maravillosos. Cada uno tiene lo suyo, y yo lo mío no lo cambiaría por nada. Sólo hay que gastar un poco de energía en mantener la cabeza despejada, el rincón ordenado, la mente libre de estrés y la mente libre de estrés. Cuesta, pero vale la pena.

Ahora volvía de colgar la tarjeta para Kathrine en la kantina con Marco, y nos hemos dado cuenta de que las farolas del campus no funcionan esta noche. Se ven muchas más estrellas y las casas parecen tener velas detrás de algunas ventanas. Es precioso ver las sombras detrás del cristal, ver luz en algunos cuartos, en otros no. Gente doblando la ropa, preparando la mochila para mañana, comiendo una manzana, hablando, leyendo… Yo me voy a dormir. Os dejo un link, quizá un poco ridículo, pero nunca se sabe…

make-everything-ok.com/

trolls, voodoo y una ducha fría

29 Ago

Bolsa de la colada, detalle

La verdad es que no sé muy bien cómo pasó, pero fue una batalla encarnizada… Eso sí, yo convertí a Viktorija en una obra de arte mientras que ella me llenó la cara (¡y los dientes!) de negro y verde.

Lunes, primer día de clase. Ya notábamos los nervios ayer, cuando tuvimos una reunión en el salón de actos para recibir nuestros horarios y explicar el sistema de clases a nuestros primeros años, y después de la feria de actividades que tuvimos después, para la que me reclutaron en el último momento, y de ir en bici a Flekke con Scott porque pensé que se me había olvidado allí el abrigo rojo (¡¡no panic, está aquí!!), lo único de lo que Katu y yo nos sentíamos capaces era de sentarnos en nuestras camicuevasllenas de telas y estrellas fluorescentes (primero en la de ella, luego en la mía), escuchar a Tom Waits y comer chocolate, fideos precocinados crudos y té en perfecta armonía, sin pensar en nada. Para la mayoría, ahora empieza de verdad el trabajo y se acaba el idilio vacacional de la semana pasada. Aunque ya lo sabía desde mucho antes, pero durante esta mañana se me ha hecho aún más claro que tendremos mucho trabajo este año y tendremos que sacrificar algunas cosas para dar lo mejor de nosotros en las clases y los trabajos…

El sábado, Fredrik y Oliver (Suecia), Scott (EE UU) y yo nos levantamos pronto y subimos entre la niebla y el rocío la montaña que separa Flekkefiord de Dalsfiord. Esto es Flekkefiord…

… esto es Dalsfiord…

… y esto es una roca y una nube pillados en fraganti.

¿Nos metemos en la catarata? Venga, vale. Oye, era una broma, pero bueno… ¿por qué no?

Aclaración: ¡Yo también estaba allí!

Por una parte, me gusta que hayamos empezado y por fin pueda entrar en el ritmo de trabajo en vez de andar empujando las tareas delante de mí indefinidamente, pero por el otro, soy consciente de que el aspecto académico es lo que más nos va a diferenciar y probablemente alejar de nuestros primeros años, y si ya de por sí es difícil mantener el equilibrio entre las amistades nuevas, emocionantes, y las que vienen de antes, más profundas e intensas, tengo miedo de perder contacto con algunas personas que realmente me han caído bien, y con las que he pasado bastante tiempo esta semana. Ya veremos. Quizá aquí también hay que sacrificar de vez en cuando, pero me imagino que lo que vale la pena, persiste…

La salida de la carrera del domingo a Flekke. Es una tradición del colegio y no sólo hay personas que van corriendo,…

… como la profesora de Filosofía, Summer, con Marta (Polonia) y Hala (Jordania),…

sino que también vamos andando…

… haciendo el tonto…

… sin hacerlo…

… escuchando música…

con un alce o sin él…

con compañeras de cuarto…

… y compañeros de cuarto.

¡Algunos no se movieron para nada!

De momento, me concentraré en lo positivo: la clase de matemáticas eficiente, estructurada, maravillosamente comprensible, con la misma profesora del año pasado, un repaso satisfactorio en historia, una paseo por la isla en Biología, con una introducción a nuestro próximo tema, la clasificación de los seres vivos según Carl Linnaeus… Me he prometido a mí misma concentrarme, no dejarme vencer por el estrés y la desesperación o la obesión que se comienza a manifestar entre algunos de mis coaños, y estoy convencida de que todo saldrá bien al final… Y esta noche Ben y yo hemos quedado en hacer un pequeño y simpático muñeco de voodoo positivo, solo por si acaso, como plan B digamos. ¡Nada serio!

La fiesta del sábado, en la que cada habitación se disfrazó de algo distinto. Fue una de las mejores fiestas de todos los tiempos y nosotras fuimos imbatibles disfrazadas de trolls, con vestidos cosidos a manos por nosotras mismas, hechas de sacos y tela vieja, cubiertas de barro, pecas y unas colas preciosas.

De izquierda a derecha: yo, Sangita (Nepal), Wiktoria (Noruega) y Olga (Finlandia)

Para darme ánimos, subo las fotos de este fin de semana, un gran final a la primera semana en Flekke…

Bolsa de la colada, detalle

una vista al fiordo II

27 Ago


Mi ventana

Ya sabéis que siempre te encuentras las cosas más interesantes, los insectos más extraños, los paisajes más sobrecogedores y las situaciones más divertidas cuando no llevas la cámara de fotos encima, pero esa sensación se multiplica por tres, al menos, sobre todo durante estos primeros días. Así que no es sólo Marit, de Estonia, la que lleva siempre colgada del hombro su cámara de fotos, sino que yo también intento llevarla encima siempre. Esto, combinado con el aire de vacaciones que se respira por aquí, toda la gente nueva y el buen tiempo, ha dado lugar a algunas fotos bastante bonitas que acompañan mi entrada anterior…

Primero, algunas fotos de mi habitación. Cuando llegamos a Flekke en los autobuses, nos embarcamos en contra de nuestros propósitos en una carrera para pillar el mejor rincón de la habitación, ya que hay diferencias cruciales: ventana o no, dos armarios o uno, un cajón grande o no… En nuestra habitación tuvimos suerte, ya que teníamos preferencias distintas. Wiktoria, de Noruega, necesitaba la esquina más amplia, mientras que a mí no me importó sacrificar espacio a cambio de una ventana con una vista maravillosa. Además, como estamos en la segunda planta y las habitaciones de Denmark House no dan a la calle principal, la ventana tampoco es una distracción. A Olga, de Finlandia, no le importó ocupar la esquina con menos espacio, que también tiene una ventana, ya que ella tuvo la mejor esquina el año pasado. Así que no hubo grandes dramas. La verdad es que estoy muy contenta con mis compañeras de habitación. Wiktoria y yo éramos buenas amigas desde el año pasado, y con Olga, aunque no he tenido tanta relación antes, también me llevo muy bien. Sangita es muy tranquila y un poco callada, pero no tan tímida como pensábamos al principio… ¡Hemos tenido mucha suerte!

Ya veréis que nuestra habitación está quedando preciosa – la más guay de todo el colegio, claro. Ahora en serio, no se puede negar que con una buena relación viene un mayor esfuerzo en hacer la habitación lo más acogedora posible. Con banderas nepalíes encima de la puerta, una instalación de latas de cerveza colgando de la lámpara, un dragón sobrevolándolo todo, un póster de los superheroes de Marvel al lado del baño y en la repisa delante de uno de los espejos, nuestra mascota: una flor preciosa que trajo Wiktoria. En realidad, una especie de té que pones en el agua en forma de cubo y se desdobla hasta convertirse en una flor. Incluso hay que cambiarle el agua y todo, como a un pez o a una tortuga. También hay una lámpara de lava en la esquina de Wik, y una lámpara naranja en la mía, una tetera amarilla encima de la mesa central y un mantel de los Rolling Stones. Nuestro próximo proyecto es un ciclo de cuentros tradicionales noruegos colgados en el baño, en frente del inodoro. Una idea excelente, en mi opinión…

Además de nuestra habitación, hay dos sitios en los que paso mucho, mucho tiempo. Uno de ellos es la pequeña terraza en frente de Finland House, la casa más cercana a la cantina, por la que todo el mundo pasa varias veces al día. Da el sol, siempre tienes compañía y si no suena música desde una de las ventanas de la casa, está Raphael, de Suiza, con su guitarra y un cuadernillo de letras…

Romy and Romy’s roomie Meta

Conversación de filósofos – Maria y Rodrigo

Raphel, Fidel, una guitarra y un ukelele

Otro sitio es el fiordo – mientras haga buen tiempo…

En fin, estos días son fantásticos, y como sabemos demasiado bien que pronto se habrán acabado, los aprovecharemos bien…

Ben y Meta sentados en el tejado de Denmark House…

… y Summer, la profesora de filosofía, que los hizo bajar

Romy, Ben y Benedicte con un maravillosos kit para exploradores

una vista al fiordo

25 Ago

Es difícil sentarse en mi rincón durante más de veinte minutos, por muy bonito que sea. Esta lleno de dibujos de Uli y de postales, tengo un sillón y una silla de escritorio con ruedas. Mi ventana da al fiordo y me hace sentir como una reina vikinga, oteando el horizonte, esperando el regreso de los barcos, y encima de mi cama se abre un enorme cajón en el que me tengo que meter para alcanzar el fondo. ¡Soy un segundo año!

Estos días son sencillamente maravillosos. Encuentros y reencuentros, bienvenidas, encontrar en las cajas regalos y sorpresas inesperadas, ver cómo las esquinas y ventanas vacías se llenan lentamente de lámparas de lava, dibujos, altavoces, material de escritura, tazas de té y paquetes de fideos precocinados…  De nuevo parece que en vez de una semana han pasado dos meses, y hay mucho que contar y poco tiempo.

Cuando no estoy decorando nuestro cuarto con Wiktoria (Noruega) y Olga (Finlandia), mis nuevas compañeras de cuarto y coaños, o tomando un té juntas para dar la bienvenida a Sangita, nuestra compañera recién llegada de Nepal, estoy haciendo la ronda por las habitaciones de nuestros primeros años latinos y germano-parlantes – de ambos tenemos muchos este año y eso nos hace mucha ilusión. Cuando no estoy nadando a la isla en el medio del fiordo con otros aficionados al agua fresca, estoy hablando durante dos horas sobre mi clase de matemáticas… Desde el lunes, que pasamos esperando emocionados a los primeros años, recibiendo cada autobús desde las nueve de la tarde hasta las cuatro de la mañana con una explosión de alegría, gritos, colores, pacartas, vuvuzelas, sonrisas y abrazos, hasta una última ronda a las cartas en el Dayroom de Iceland House, desde un paseo con mi primer año Alberto hasta una conversación espontánea con Max, de Dinamarca, en medio de la más ruidosa de las reuniones latinas, desde aprender a partir una manzana con las manos de una chica de Latvia hasta dejarle un regalo de bienvenida a mi amiga secreta Ieva, de Lituania…No he parado de conocer a gente interesante, divertida, confundida, tímida, curiosa… Y yo no podría ser más feliz. Viendo la cola en la cantina, disfrutando de una ajetreada sesión de limpieza en la casa, esquivando a un noruego pasando en skateboard a tu lado que después te encuentras durmiendo en tu cuarto, en la cama de su segundo año después de una reunión de noruegos, te das cuenta de que este sitio necesitaba gente nueva, y que bueno, va a ser un año genial. Todavía nos faltan algunos por llegar, como mi compañera de cuerto Sukeji o Peace, de Sudán, pero seguro que estaremos completos muy pronto…

También es interesante estar «al otro lado». Muchas de las actividades han sido orgnizadas exactamente igual que lo fueron el año pasado, y es surrealista descubrir que ahora estas bailando y tonteando con los latinos en la misma reunión en la que hace un año estabas sentada en el sofá, confundida y sintiéndote profundamente europea. Puedes ver tus emociones pasadas, reflejadas en las caras nuevas como en espejos: la curiosidad, la confusión, el estar descolocada, la emoción, el casancio y los nervios. Da un pequeño pinchazo de melancolía, porque sabes que eso ya no te toca a ti, pero sobre todo es agradable descubrir que sí estás preparada para contestar las innumerables preguntas, calmar los nervios, acoger a los descolocados y demostrarlos que son bienvenidos. No me siento como uno de los segundos años que tanto admiraba el año pasado, pero sí como alguien que puede echar una mano con la colada, o puede decirte donde hay la mejor conexión de internet en el campus y, por supuesto, sabe la diferencia entre el nivel alto de matemáticas y el medio.

Muchos segundos años nos comentaban que las relaciones entre los distintos años van en ciclos, como muchas cosas en el colegio, y que como grupo, ellos se sintieron más cercanos a sus segundos años, y que por eso no fuimos un bloque tan unido el año pasado. Según esta teoría, que para mí tiene sentido, nos toca a nosotros acoger a los primeros años de la mejor forma posible y romper esa barrera entre primeros y segundos años. Las amistades de persona a persona fueron maravillosas igualmente el año pasado, y a pocas personas me sentí más cercana que a Rafa, de Venezuela, que ahora me escribe desde Brown, pocos me han cuidado como mis compañeras de habitación Anyuri y Sophie, o me han tomado tanto el pelo como Mitch, de Canadá. Pero sí es cierto que me siento al mismo nivel que los primeros años en todos los aspectos, menos en algunas experiencias, más de lo que hacía con ls segundos años el otoño pasado. Quizá es por la edad, que en ocasiones me acerca más a los primeros años que a mis coaños, o la enorme lección de humildad que me ha dado este sitio, o la sincera alegría de conocerlos a todos… Y si ahora todavía escucho murmullos y risas de nuestro Dayroom, puede ser que nuestros segundos años tuvieron razón…

Sólo una cosa es más emocionante y satisfactoria que hablar media hora con Diego, de Bolivia, que ha llegado hoy, o hablar todos los idiomas que conoces en diez minutos con un danés simpático, o colgar las bnderitas budistas de Sangita encima de nuestra puerta, y es sentarse al lado de un segundo año y encontrarte al poco rato en una conversación intensa que podrías continuar para siempre. Ya sea en mi cama con Rodrigo hasta las cuatro de la mañana sobre la vida y la filosofía, el sabotaje del subconsciente y el alcance de una sabiduría perfecta justo antes de la muerte; con Víctor en frente del horno mientras se tuestan nuestros bocadillos de queso, sobre las aventuras y desventuras de este verano; con Gareth dando un paseo por la calle principal del campus; con Katu mientras quemamos y sellamos las puntas de las cuerdas para las bolsas de la colada de nuestros primeros años, con Romy sentadas en el mostrador de la cocina de la casa de Bennie en Oslo sobre chicos, por supuesto… Ha sido inesperado, pero muy gratificante que sentir las amistades se han hecho más fuertes y seguras durante el verano, la confianza única que suerge de un año de convivencia, de anécdotas y experiencias… No sólo con los amigos cercanos desde el principio, sino también con otros que de repente se han convertido en ellos. Me he dado cuenta de lo bien que nos conocemos, y de lo sinceros que en muchos casos esto nos hace ser los unos con los otros. Es una sensación maravillosa.

Ahora me iré a dormir, que mañana me toca pintar las bolsas de la colada con los primeros años de Denmark House. Después vendrá la película del viernes, el primer café en Snikkarbua, la fiesta del sábado… Casi me dan ganas de saltar de la cama y empezar lo antes posible.

Un beso desde Denmark House 203, desde la ventana iluminada por la lámpara naranja, desde Flekke, un pueblo pequeño, pero grande… ¡Mañana, fotos!