Cuando comencé este post hoy por la mañana, no pensé que tenía todo esto guardado, que escribiría tanto, pero me ha salido un artículo bastante largo. Ni siquiera tengo fotos para aliviar entre párrafo y párrafo los ojos cansados, así que… Bueno, ¡quedáis avisados! A veces toca esto, entre tardes de Bob Marley y excursiones de escalada…
«Lovely Lea! See you soon! Enjoy the weekend. ❤ – Sangita & Sukeji», dice la nota que me he encontrado en mi escritorio al volver de un desayuno tardío o un almuerzo temprano. Es de mis dos maravillosas compañeras de habitación del primer año, a las que ya he cogido un montón de cariño. La verdad es que he tenido una suerte tremenda con mis compañeras de cuarto, y Denmark House 203 es la mezcla perfecta de aire fresco y olor a velas o perfume, de pequeños detalles y decoraciones que la hacen acogedora, como nuestra tetera en la mesa central o los farolillos chinos que cuelgan de la lámpara, de estudio y diversión, de arte y música, ni demasiado desordenado, ni demasiado estricto, con un baño limpio y caótico en su justa medida. Siempre dejamos un mensaje de despedida en la puerta o en las mesas de los demás cuando nos vamos por unos días, deseando un buen fin de semana o prometiendo traer helado si vamos a la ciudad, así que la nota en mi escritorio no tendría por qué ser nada especial. Sin embargo, el motivo por el que Sukeji y Sangita van a estar fuera estos dos día sí es bastante especial: como la inmensa mayoría de los primeros años, van a participar en un juego de rol sobre refugiados, una actividad organizada por la cruz roja que tiene lugar en nuestro colegio todos los años. El año pasado yo participé, pero creo recordar que no llegué a escribir sobre ella, así que he pensado que ahora que veo a mis amigos aprendiéndose los nombres y edades de sus «familiares», de la gente en su grupo, llenándose los estómagos de arroz con leche, vestidos como una cebolla, nerviosos y expectantes, cuando vuelven recuerdos y sensaciones del año pasado, aparece una preocupación casi maternal (¡preocupante!) y me pillo preguntándoles si han comido suficiente, si llevan ropa interior térmica y guantes, ahora sería un buen momento para escribir sobre mi experiencia…
El juego de rol se llama «på flukt», que en significa algo así como «huyendo», y, como mencioné antes, es organizado por la Cruz Roja. Se trata de experimentar durante 24 horas la vida de un refugiado que está huyendo de un conflicto o de una situación de miseria y viene a otro país buscando asilo. Los controles, la discriminación, el maltrato, las dificultades para encontrar un sitio donde dormir y comida, la ayuda de organizaciones humanitarias, que a pesar de ser limitada, siempre es bienvenida, el miedo, es estrés, el no saber dónde estás ni qué hora es ni lo que va a pasar, la necesidad de esconderse cada vez que pasa un coche, de correr cuando viene la policía, de cuidar de otros en una situación extrema, de caminar y caminar por la noche, sin dormir apenas… Estas 24 horas te proporcionan una pequeña dosis de cada una de estas sensaciones.
Yo no me arrepiento de haberlo hecho el año pasado, aunque desde luego no fue una experiencia que disfrutara. Tampoco está hecha para ser disfrutada. La peor parte para mí no fue el andar por horas en la nieve, subiendo montes y entrando y saliendo del bosque, sin una meta exacta, o seguir la carretera de noche sin reconocer a nadie más que a quien está caminando a tu lado, y esconderse o echar a correr cada vez que viene un coche… Mientras estaba fuera y podía respirar aire fresco y moverme con relativa libertad, no me sentía demasiado mal. Fue el tiempo que pasamos dentro lo que más me afectó. Primero los controles antes de poder salir del país: vaciar nuestras mochilas una y otra vez y tener que buscar nuestras pertenencias entre un montón enorme de ropa, para luego tener que volver a echarlas diez minutos después, ser cacheados y que nos quitaran los relojes, alguna comida que habíamos intentado llevar, pasar por el médico y algunas pruebas físicas completamente carentes de sentido… Mientras esperábamos en los pasillos llenos de gente, vestidos con demasiada ropa, apretados y agobiados me invadió una sensación febril, fue horroroso. Los guardias, oficiales y médicos devoraban hamburguesas y platos de comida mientras los mirábamos y después de ser empujados de una habitación a otra por horas, ya no sabía qué pensar o hacer.
También la simulación de la frontera fue bastante impresionante. De noche caminamos a Flekke y sabíamos que podríamos dormir por un tiempo en un «campamento de la Cruz Roja» después de la frontera, y que nos darían comida, pero antes estuvimos esperando quizá media hora o una hora entera, con militares gritándonos, forzándonos a hacer dominadas, a arrodillarnos, a levantar las manos, todo por capricho…
En conjunto creo que fue una experiencia valiosa, aunque no estoy segura de que realmente mejorara tanto mi comprensión de la vida de un refugiado. Es cierto que vivirlo es distinto a imaginárselo, pero nada de lo que me ocurrió fue sorprendente o completamente inesperado. Sorpresa en ese momento, sí, pero no inesperado. Otra cosa que caracterizó nuestra experiencia fue, que algunos de los actores o instructores de la actividad fueron nuestros segundos años. Normalmente se supone que son todos externos al grupo de participantes, de forma que no los conoces y no los ves después, pero aparentemente no tienen suficiente gente para hacer eso. No creo que sea una buena idea. Quizá lo exagere un poco, porque al fin y a cabo todos sabemos que es un juego de rol y por supuesto no lo extrapolamos a la realidad, pero no puedes evitar personalizarlo. El año pasado, sé que para los actores fue una experiencia tan intensa como para nosotros. El ser tan crueles e injustos y casi violentos con nosotros los afectó de varias formas. Algunos consiguieron verlo como un ejercicio y superar el mal sabor de boca con una buena noche de sueño, otros se asustaron al pensar que quizá se estaban metiendo demasiado en el papel, que no se daban cuenta de que eran personas, sus amigos, esa gente a la que estaban maltratando, que consiguieron eliminar eso de sus mentes durante el ejercicio, y unos pocos casi se derrumbaron después de horas de intimidar a sus amigos y a la gente con la que vivían.
A mucha gente le resultó fácil «cambiar el chip» una vez acabado el juego de rol. A mí no tanto, y sé que a otros les pasó lo mismo, de ambos grupos, de los actores y de los participantes. No me sentí distanciada ni mucho menos de los que habían sido mis «maltratadores», más al contrario: la experiencia nos unió mucho en al menos dos casos. Pero durante días tuve esta sensación surrealista, y me sentía triste sin saber realmente por qué, y me asaltaban los recuerdos de vez en cuando.
Tengo que admitir que este año, cuando anunciaron que necesitaban a gente para ayudar en la organización, sentí curiosidad. Una parte de mí quería saber lo que se siente, si sería capaz de hacerlo, cómo reaccionaría en esa situación. Pero mi curiosidad, por muy grande que sea, tiene límites, y este es uno de ellos. Nunca había probado los juegos de rol, y la idea de estas dos realidades solapadas para mí es muy extraña, y me da miedo. Probablemente no sea tan extremo como lo siento ahora, pero tengo la impresión de que es muy fácil cruzar el límite, aunque sea por muy poco, y que entonces es difícil volver atrás y la situación cambia a algo completamente distinto. De todas formas, soy consciente de que es una impresión muy personal, y de para mucha gente probablemente sea más fácil controlar y separar estas dos realidades que para mí.
Aprovecharé el fin de semana para trabajar. La diferencia se nota un montón, el campus parece vacío. Pero no puedo evitar que mis pensamientos vuelvan con frecuencia al año pasado, o me imagine a mis amigos que están pasando por algo parecido mientras escribo. Vamos a calmarnos, que al fin y al cabo sobrevivirán, y sé que mis preciadas compañeras de habitación volverán sanas y salvas… Espero que salga bien y sea una experiencia interesante y valiosa para todos.
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