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nackedei, nackedei

11 Sep

Aquí es donde se erigirá la ciudad de Oslo…

Tengo un «free block», el profesor de Historia no está, y ha sido una sorpresa. Los «free blocks» sorpresa son tan escasos como apreciados, se disfrutan mucho más que los «free blocks» de Teoría del Conocimiento, una asignatura que sólo ocupa dos de cada tres clases programadas. Los «free blocks» no se planean, no puedes hacerte una lista de cosas que deberías hacer, no los gastas haciendo los deberes para la siguiente clase, porque en principio no contabas con él. Así que no te mala conciencia relajarte por una hora y media, más o menos, y escribir en el blog en vez de en uno de los veinte documentos que tengo abiertos en mi ordenador. Que a una cosa tan pequeña le quepan tantas palabras, de verdad… A veces me pregunto si va a explotar en algún momento.

Así que he vuelto a mi cuarto, me he puesto música, y me he echado un poco del zumo de naranja que nos llevamos todos del catering de las competición de primeros auxilios a la que fuimos el fin de semana pasados. Hay momentos en los que no parecemos estudiantes responsables, librepensadores, concienciados, sino una horda de animales hambrientos. Total, que nos llevamos algunos de los bricks de medio litro de zumo de naranja y ahora conservo el mío colgado fuera de mi ventana. Y es que además de la mejor vista del fiordo, mi ventana me ofrece un sistema de refrigeración alternativo extremadamente útil. Y como estoy en el segundo piso, mi zumo de naranja está fuera del alcance de los dedos largos de algunos de mis compañeros, que de vez en cuando hacen desaparecer del frigorífico nuestras más preciadas posesiones, es decir, COMIDA, provocando un daño emocional y psicológico inconmensurable. En serio.

Creo que toca un poco de color en el blog, no he subido muchas fotos últimamente, así que he pensado que igual os gustaría ver un poco de Oslo, las fotos que tomé durante los dos días que pasé con Bennie, y después en la visita de la ciudad que hicimos todos en Oslo Day.

No lo pude haber disfrutado más. Oslo en general, y especialmente el barrio un poco periférico en el que vive Bennie, me recordaron un montón a Alemania y a los veranos que pasé visitando a Oma Herta. La estructura de las casas, de la ciudad, el cableado de los tranvías trazando una telaraña abstracta encima de las calles, el pequeño supermercado a cinco minutos de casa, los árboles frondosos, las nubes y la lluvia de verano, la iglesia de ladrillos y pizarra… Una sensación bonita, aunque un poco melancólica, de estar en casa y a la vez echar en falta algo.

La casa de Bennie

Bennie, yo y Romy, nuestra amiga de Holanda, que también estaba visitando, nos quedamos en casa del padre de Bennie y su familia, que estaban de vacaciones en Suiza. Bennie tiene cuatro hermanos pequeños, de cuatro, seis, ocho y diez años, así que a veces tenía la impresión de estar todavía en casa, cuando veía una excavadora de lego encima de la mesa del salón, las paredes llenas de dibujos, la cama-castillo o la tabla de multiplicar pegada en la ducha. Por si sirve de consuelo, Uli, los niños noruegos pasan por la misma tortura matemática de aprenderse la tabla de multiplicar que los niños españoles. Tuvimos dos días muy, muy agradables. Ragna (Noruega) y Claudia (Italia) se nos unieron la misma tarde en la que llegué yo, y como Bennie tenía que hacer todavía algunos recados y las viajeras estábamos cansadas de las horas de aeropuertos y espera, nos lo tomamos con tranquilidad. Al día siguiente, creo que era viernes, nos fuimos a dar una vuelta por Oslo. Bennie nos enseñó el centro, con la iglesia, los edificios del Gobierno, el palacio real y el centro comercial. Por el paseo hacia el palacio se mezclaban los puestos de la campaña electoral con un concierto de jazz, parte del festival de música que tenía lugar en esos días. Olve, uno de los primeros años de Noruega me contaba más tarde que Oslo es un buen sitio para músicos, sobre todo para los que empiezan, porque como efecto colateral del orgullo que comparten los noruegos por su país, se presta más atención a la música que surge en el propio país que en España, por ejemplo, donde tengo la sensación que la influencia de la música americana, o en general de lengua inglesa, quizá no se lo ponga tan fácil a artistas independientes, no tan conocidos, grupos pequeños que acaban de comenzar su carrera… En Oslo, además del festival de música, el centro estaba lleno de bares y clubs que anunciaban conciertos en directo, con patio interior y un pequeño escenario ocupado cada noche… Y eso que Oslo es una ciudad bastante pequeña, comparada con otras capitales europeas. Me gustó mucho.

También me hizo ilusión encontrarme citas de autores, especialmente de Ibsen, desperdigadas por el asfalto, que me recordaron a la calle Huertas en Madrid, y algunas de las cuales eran muy agudas.

Cuando comenzó a llover, algo que va veíamos venir, nos refugiamos en un pequeño café, precioso. Pintado de colores «viejos», de tonos un poco desgastados, oro viejo, marrón y turquesa oscuro, con dibujos y espejos oscuros colgados de las paredes y música de fondo. Estaba llenos de estudiantes que venían de la universidad a tomarse un café a un precio razonable, y en una pared había una colección enorme de frascos de té para servirte tú mismo, como hizo Bennie. Aún así, Romy y yo nos decidimos por un chocolate caliente, con una montaña de nata encima…

Una ciudad llena de tigres

Más tarde, pasamos por la tienda de segunda mano más grande de Oslo, Uff creo que se llama. Un auténtico paraíso, un museo de la moda de los últimos 50 años. Desde trajes típicos noruegos con sus veinte capas, bordados y kilos de peso hasta vestidos de novia cerrados al cuello y largos hasta los tobillos, desde vestidos de fiesta cubiertos de lentejuelas y guantes largos de terciopelo negro hasta pantalones de obrero y corbatas de todos los tamaños, formas y colores, desde jerséis que parecían tejidos por las tatarabuelas de mi compañeros noruegos, hasta vestidos que podrían haber salido de una película de Audrey Hepburn. Una maravilla.

De vuelta a casa, nos pasamos por el supermercado para comprar los ingredientes de nuestra última comida creativa y variada, un wok de verduras y arroz con curry. Pues sí, cocinamos, y nos salió buenísimo. Para que luego hablen tan mal de nuestra habilidades culinarias…

… y sabía igual de bien!

La tarde la pasamos chilleando, esa acción tan característica del colegio de ver pasar el tiempo desde una posición relativamente horizontal en compañía de algunos pocos buenos amigos. Bennie se tuvo que ir a hacer la maleta a casa de su madre, Ragna y Claudia ya se habían ido antes y Romy y yo nos quedamos hablando en la cocina hasta que un sonido sospechosamente parecido al tictac de una bomba de relojería que provenía de cerca del fregadero nos hizo huir al dormitorio, donde nos encontró Bennie. En algún momento, Romy se quedó dormida, pero Bennie y yo decidimos aprovechar nuestra última noche de libertad absoluta para ver Buscando a Nemo y comer cereales. Sí, fue una noche salvaje y desenfrenada…

La visita que hicimos a Oslo al día siguiente, después de la emoción de vernos de nuevo, después de abrazos, besos, el descubrimiento de un nuevo tatuaje y más abrazos, fue bastante distinta a la del día anterior, pero igual de bonita. Fuimos a ver la ópera de Oslo, un edificio nuevo con un contraste precioso entre la madera clara de la que está hecha la espiral interior, dentro de la cual probablemente se encuentran las salas, y la fachada, que por fuera es de piedra blanca y por dentro esta recubierta de una estructura de metal y cristal. La verdad es que nosotros prestamos casi más atención a los baños, una parada recomendada en nuestro recorrido. Muy elegantes, aunque los dispensadores de jabón y el avanzado mecanismo que activaba el agua supusieron un desfío incluso para nuestras mentes privilegiadas. Tanto estudiar, tanto estudiar, y luego lo fundamental…

Vistas desde el tejado de la Ópera

Interior de la Ópera de Oslo

Vimos de nuevo el palacio y los edificios más significativos, la universidad de Oslo, etc, y pasamos también por el perímetro construido alrededor del barrio afectado por el ataque terrorista ocurrido el verano pasado. Había flores prendidas de todas las verjas, y visitantes como nosotros observando las ventanas rotas, sustituidas por láminas de madera, el reloj roto de uno de los edificios del gobierno, y probablemente tratando de imaginarse sin conseguirlo del todo el efecto devastador que tuvo en una ciudad tan acogedora, tan pequeña como Oslo.

Un escaparate de periódicos cerca del perímetro

Nos sentamos a comer en un parque en el centro de la ciudad, y después nos dimos una vuelta por el paseo principal, que es conocido por sus estatuas. A ambos lados hay una filas de estatuas de metal que representan a personas en actos cotidianos, simples. El juego, un abrazo, una lucha, sentados, caminando, un padre y un hijo, dos niños corriendo, una pareja, un salto, un niño pequeño enfadado. Todos ellos están desnudos, pero era curioso como eso me llamó tanto la atención, sino que simplemente resaltaba la belleza de los cuerpos, del movimiento, de la soledad o la compañía… Me gustaron mucho. El paseo conducía a una plazoleta con más estatuas, estas de piedra, colocadas en círculos concéntricos alrededor de una columna formada por cuerpos desnudos. Esta maraña de personas no me gustó tanto, pero las estatuas alrededor sí. Éstas eran de piedra, probablemente granito, y eran más grandes que las que flanqueaban el paseo. Se centraban más en las distintas edades de los humanos – hombres con barba, sentados, mirándose, dos mujeres peinándose… Fue muy emocionante ver a un chico ciego, acompañado de la que parecía ser su abuela, tocando las estatuas y siguiendo con sus manos sus curvas y las formas de sus cuerpos.

Más tarde cogimos el ferry para ir a una isla cerca de la costa, para visitar un museo. El museo era al aire libre, estaba formado por varias casas que representaban los distintos estilos de construcción que se produjeron en Noruega a lo largo de la historia, y se encontraba en medio de un barrio residencial lleno de casas impresionantes, más parecidas a mansiones, con columnas griegas, terrazas acristaladas, portones de entrada de tres metros de alto… Fue curioso visitar una granja construida cuando Noruega era un país que sobrevivía de trabajar la tierra, muy pobre, cuando te sabías rodeada de los palacios de las familias más acaudaladas de Oslo. También entramos en una iglesia construida enteramente de madera (como todo en Noruega, por otra parte). Por fuera tenía varios niveles de tejado sobrepuestos, con pequeñas gárgolas en forma de dragón, y tenía un aire asiático, recordaba ligeramente a los templos incrustados en la roca, en alguna montaña del Himalaya…

Desde el ferry

Antes de meternos en el autobús para emprender el trayecto de diez horas a Flekke, fuimos a una pizzeria que nos habían reservado, y nos lanzamos como buitres sobre uno de esos platos que sabes que no volverás a probar en al menos cuatro meses, con el hambre de exploradores satisfechos con su expedición…

Cuando pienso en Oslo, surgen muy buenos recuerdos.

Last ikke tiden. Havde tiden været større, så var du bleven mindre.

– Henrik Ibsen

(No culpes los tiempos. Si los tiempos hubieran sido más grandes, tú hubieras sido más pequeño)

Os dejo una canción de Timbuktu, un músico sueco. Como la palabara «chilleando», es parte del patrimonio cultural de nuestra burbuja, donde el rap nórdico se mezcla con la salsa venezolana y la música indie americana, las canciones de amor árabes con la voz de Cesárea Évora…